miércoles, 5 de septiembre de 2007

¿TIENEN LAS MUJERES HISTORIA?

Durante el mes de febrero Palas Atenea hizo una pregunta acerca de cómo se manifestaba la situación de la mujer que yo describía en la entrada, a lo largo de una Historia de las mentalidades...
Quisiera realizar una descripción de mi tesis a través de una serie de textos en los que, básicamente, nos vamos a preguntar si las mujeres tienen o no historia y cuáles son las causas y consecuencias de ello.
Pero recordad que lo voy a hacer desde la antropología y no desde la historia, puesto que yo no soy historiador.
Estos textos van a tener un formato de entrevista, tal y como aparece en el 2º libro que he escrito: El sueño olvidado de Ávalon, para que no os aburráis, y el punto de arranque es una de las entradas del mes de febrero: Aproximación a la complementariedad como contexto cultural para entender la violencia doméstica. Así que ya sabéis, leed esa entrada y a continuación...
(Por cierto, el libro La soledad de Mae. Una investigación antropológica sobre la violencia doméstica, va a ser publicado por la editorial Fundamentos y subvencionado por el Instituto de la Mujer).

¿CUÁL ES LA HISTORIA DE LA MUJER?
¿Podemos decir entonces que cuando aumentan los grupos humanos, para que éstos sean eficaces, deben surgir subsistemas operativos en su interior?
Sí.
Y, claro, en estos grupos los subsistemas son más importantes que los individuos.
Más que el concepto de importancia yo preferiría decir que se convierten en la unidad mínima de interacción social.
Vamos a ver. En los sistemas de cazadores-recolectores al no haber distancia efectiva/afectiva entre el individuo y el grupo, es el propio grupo el que conforma el ethos de los sujetos. Esta identificación hace que tanto el grupo como cada sujeto se articule como unidad mínima de interacción social. Ahora bien, cuando los grupos aumentan y se vuelven más complejos, el individuo se distancia efectiva/afectivamente del grupo, por lo que el clan se articulará como una entidad mediadora, como configurador de la personalidad, y como estructura de poder y control social. La comunidad ya no lo es de individuos, sino de clanes.
¿Y cómo afecta esto a los modos de sentir y pensar las relaciones domésticas entre mujeres y hombres?
El sistema de relaciones domésticas se va a articular desde, lo que podríamos llamar una complementariedad representacional y afectiva como se refleja en la leyenda de los ona antes referida, que da lugar a unas pautas conductuales de sometimiento de la mujer al hombre, de la madre y esposa al guerrero-cazador.
La mujer, deja de ser autónoma y comienza a identificarse con su propio cuerpo: madre, esposa, hogar, eschara, domus…
La mujer ya es esencialmente madre (matrona) y, en el seno de la comunidad ya no es un factor de equilibrio y cohesión, sus logros sociales se identifican con los logros de su hijo, el cuál sólo se identifica con su padre y con el clan de su madre.
Pero también es esposa, y desde aquí, sólo puede atribuirse una parte del estatus de su marido, sin que él tome nada de ella.
¿Pero por qué estas modificaciones?
Debemos dejar de pensar en términos de Alicia en el país de las maravillas. Los occidentales estamos muy mal acostumbrados y hemos erradicado de nuestro vocabulario el término supervivencia.
¿Cuántos problemas se pueden generar en una comunidad si la mujer compite de manera directa con el hombre por las mismas esferas de realidad?
(Te sorprendería saber cuál es la situación estructural de las mujeres en Suecia...)
En los grupos de cazadores-recolectores nunca hay competencia directa, ambos pueden desarrollar sus funciones públicas sin ingerencias en el ámbito del otro (que es sujeto de consideración social), porque el grupo local y el individuo se identifican. Sin embargo, cuando las comunidades se hacen mayores, cuando los grupos regionales empiezan a ser las unidades de supervivencia, la necesidad del uso masculino (por el uso de la guerra como estrategia, por la emergencia de los excedentes, la distancia entre la comunidad y el individuo, etc.), conlleva necesariamente la disminución de la dimensión pública de la mujer y su consecuente relegación al espacio doméstico.
Pero esto no funciona así en el caso de las grandes sociedades matrilineales o matrilocales, lo que significaría que son una excepción a lo que estás afirmando.
Seguro que se pueden encontrar excepciones, ¿y qué? Cuando el fenómeno es el ser humano, todos los días encontramos a nuestro alrededor excepciones a nuestras teorías biológicas, médicas, sociológicas, psicológicas, etc. y nadie las invalida: fumadores de dos paquetes de cigarrillos durante 80 años y que con 95 todavía siguen vivos; estimaciones de votos que nunca se cumplen (y por eso ganan todos); mujeres que son maltratadas durante muchos años y no dejan a sus maridos; etc.
Pero es que en el caso que nos ocupa tu afirmación no es una excepción a nuestra hipótesis.
En efecto existen sistemas matrilineales, las iroqueses, los hurones de Norteamérica, los Nayar africanos y los Munducuru del Amazonas son ejemplos típicos, como también lo son los trobiandeses estudiados por Malnowski, pero dichas comunidades no representan un poder efectivo de la mujer (matriarcado), sino un poder masculino que se adquiere por línea materna.
El hecho de que se organicen matrilinealmente tiene que ver con las estrategias de supervivencia a gran escala en las que los hombres pasan largas temporadas fuera de la comunidad: cazando, guerreando, comerciando… ¿Quiénes se van a encargar de la organización cotidiana del grupo?: sus mujeres.
Pero no hay matriarcado, y aunque la mujer goce de un estatus social elevado no implica que su estructura de organización no sea complementaria. El padre no es sustituido por la madre, sino por el hermano de ésta; el Gran Jefe sigue siendo un hombre y aunque la humanidad provenga de una mujer, el héroe masculino es un hombre.
¿Podrías ilustrar esto con algún mito?
Este es un mito de los ceram, una cultura caníbal de Nueva Guinea (Melanesia), en el que se narra cómo los seres humanos dejaron de estar unidos y se formaron las tribus, y cómo dejaron de ser inmortales.
"Nueve familias de la humanidad salieron al principio del monte Nunusaku, donde la gente había brotado de racimos de plátanos. Entre ellos había un hombre cuyo nombre era Ameta, que significa "Oscuro", "Negro" o "Noche", y ni estaba casado ni tenía hijos. Un día salió a cazar con su perro. Al poco tiempo el perro olió un cerdo salvaje y siguió su rastro hasta un estanque en el que el animal huyó, pero el perro permaneció en la orilla. Y el cerdo se cansó nadando y se ahogó, pero el hombre, que había llegado mientras tanto, lo recuperó y encontró un coco en su colmillo, aunque en aquella época no había cocoteros en el mundo.
Al volver a su choza, Ameta colocó el fruto en un estante y lo cubrió con un paño en el que había el dibujo de una serpiente, después se acostó a dormir. Y durante la noche se le apareció un hombre que le dijo: "El coco que has colocado sobre el estante y cubierto con un paño debes plantarlo en la tierra". Ameta plantó el coco al día siguiente y a los tres días el árbol había crecido y estaba alto. Pasaron otros tres días y ya tenía flores. Subió al árbol para cortarlas, pues quería hacerse una bebida, pero mientras las cogía se cortó un dedo y la sangre cayó sobre una hoja. Volvió a casa para vendarse el dedo. A los tres días volvió y encontró la cara de alguien en el lugar en el que su sangre se había mezclado con la savia de la flor cortada. Tres días más tarde ya estaba el tronco de la persona, y cuando volvió de nuevo al cabo de tres días, encontró que una muchachita había crecido. Aquella noche el hombre se le apareció en el sueño: “Coge tu paño con el dibujo de la serpiente, envuelve cuidadosamente a la muchacha del cocotero con el paño y llévala a tu casa”.
Ameta hizo lo que el hombre del sueño le dijo y tres días después se llevó a casa a la muchacha, a la que llamó Hainuwele, cella. Pero no era como una persona corriente, porque cuando respondía a la llamada de la naturaleza producía todo tipo de cosas valiosas, de tal modo que Ameta se hizo rico.
Y en aquella época se iba a celebrar un gran baile maro, en el lugar de los Nueve Terrenos de Baile, en el que iban a participar las nueve familias de la humanidad y que iba a durar las nueve noches completas. Cuando la gente baila el maro, las mujeres se sientan en el centro y desde allí les dan a los hombres semillas de betel, éstos al bailar forman una gran espiral de nueve vueltas. La primera noche, Hainuwele estaba de pie en el centro y repartió semillas de betel.
La segunda noche, las nueve familias de la humanidad se reunieron en el segundo terreno, y de nuevo Hainuwele se colocó en el centro, pero esta vez, en vez de semillas repartió coral entre los bailarines. La tercera noche, repartió porcelana china. La siguiente, machetes. Después cajas de cobre para betel hermosamente talladas. Así, cada día que pasaba, Hainuwele regalaba cosas de más valor.
A la gente le pareció misteriosa la donación de tantos regalos. Se reunieron y discutieron el asunto.
Todos estaban muy celosos y asustados de que Hainuwele pudiera repartir tanta riqueza y decidieron matarla. Así que la novena noche, cuando la muchacha estaba en el centro del terreno, los hombres cavaron un agujero profundo en la zona. Después, durante el baile de los nueve círculos, fueron empujando poco a poco a Hainuwele hasta que la hicieron caer en el agujero. Cubrieron el agujero con tierra y lo pisotearon durante toda la noche.
Cuando el festival Maro terminó y Hainuwele no volvió, su padre supo que había sido asesinada. Fue al lugar de los Nueve terrenos de Baile, desenterró el cadáver y se fue a buscar a Satene, la segunda suprema virgen Dema que había dado el ser a los seres humanos.
Ameta le enseñó el cadáver de su hija y maldijo a la humanidad, y la doncella Satene convocó a la gente y les dijo: “Porque habéis matado, rehúso vivir aquí nunca más. Hoy os abandonaré y nunca me volveréis a ver sobre la tierra. A partir de ahora, quien quiera recuperar su ser deberá morir”.
Y como Satene se fue y la gente se quedó sin su ser, cada familia tuvo que inventarse uno diferente, y a partir de entonces dejaron de ser uno y se dividieron en distintas tribus que terminaron siendo enemigas” .

Si te das cuenta, el motivo es el mismo que en el mito de los ona, pero lo cierto es que si en estos las comunidades son patrilineales, en el caso de los ceram nos encontramos con comunidades matrilineales, en los que lo femenino (Hainuwele) tiene una gran importancia en el modo de regular las relaciones entre los clanes.
¿Dónde está la diferencia?
En el caso de los ona son los hombres los que eliminan lo femenino, de manera directa, mientras que en el caso de los ceram lo femenino es asesinado por la comunidad.
¿Dónde radica lo común?
¿Al margen de que el héroe cultural sea un hombre?
En que ambos reflejan una estructura complementaria: patriarcado (patrilineal/matrilineal), en el que la mujer es sometida en el ámbito de lo político y reducida al ámbito de la familia. En que ninguno describe una situación histórica sino que legitiman un tipo de organización determinada que encuentra su función en el entorno: supervivencia frente a otros grupos; agotamiento de los recursos; crisis demográfica, etc.
Sea como fuere, las comunidades que se organizan en clanes, ya sean matrilineales ya sean patrilineales, se organizan estructuralmente de la misma manera.
¿Por qué?
Porque son comunidades muy complejas en las que lo determinante son: extrínsecamente, las relaciones entre los distintos grupos que luchan por los recursos e, intrínsecamente, las relaciones de los individuos con el grupo.
Y todo pasa por la mujer ¿no?
En efecto, por evitar que la mujer se convierta en competidora y que desorganice, a través de la educación de los individuos, el orden establecido.
¿Entonces, cuánto mayor sea el grupo mayor es la necesidad de control de la mujer?
En efecto, pero recuerda que esta historia es una hipótesis de trabajo, cuya única función consiste en:
1. Integrar una determinada conceptualización sistémica en un modo posible de describir las estructuras políticas humanas, para…
2. …Poder utilizar esa descripción en términos de estructura con el fin de comprender un tipo de fenómeno, la violencia doméstica, que tiene una extensión universal.
En este nivel de nuestra descripción de un escenario posible, lo importante es señalar una especie de ley improbable pero muy posible: el tamaño del grupo es directamente proporcional al control complementario que ejerce el grupo sobre la mujer.
Cuando aumenta la distancia entre los individuos y el grupo y sabiendo que éste es la entidad de supervivencia de la especie, ¿cómo se garantiza dicha supervivencia ante los desequilibrios provocados por los individuos, en tanto que sistemas abiertos, y por otros grupos humanos?
La mujer no puede ser competidora del hombre en el seno de un grupo humano, sería una fuente enorme de conflictos políticos:
- Imagínate que ocurriría cuando una partida de guerreros iroqueses fuese a combatir contra los hurones y a su regreso, un grupo de mujeres hubiese dado “un golpe de estado” en nombre de un clan familiar y se hubiese hecho con el poder.
- O imagínate a las mujeres iroquesas con una libertad absoluta sobre su sexualidad y, por tanto, sobre la reproducción. ¿Cómo sabría un hombre si el hijo es suyo o no?
Etc.
Sería una fuente continua de conflictos y enfrentamientos que convertiría a los iroqueses en una comunidad poco apta para la supervivencia.
¿Cómo controlar que esto no ocurra?
A través de todo un sistema de conocimientos, valores y principios complementarios que controle el ethos femenino en función del ethos masculino.
Este control se realiza mediante la configuración de un sistema estructural que:
1. Establece una primacía y una separación de lo masculino sobre lo femenino; de tal modo que mujeres y hombres son separados desde la infancia.
2. Establece un espacio ritual en el que los niños acceden al mundo adulto (social) en el seno de un clan.
3. Establece un contexto de referencia en el que lo femenino es reinterpretado desde lo masculino.
El resultado final es un sistema que se desarrolla desde la complementariedad como contexto, alejando a la mujer de toda esfera de poder, y controlando su influencia sobre la educación de los hijos.
Todo el orden de la realidad se transforma de este modo, ontológica, epistemológica, ética y políticamente.
¿En resumen?
Se produce un tránsito (no se trata de una evolución, sino de un nivel de complejidad mayor debido al aumento de población en las comunidades humanas) de un mundo ancestral en el que los animales cazan con arco y con flechas y bailan danzas rituales; hacen fuego y son los grandes maestros de la humanidad, a un mundo en el que el hombre se hacer cargo del arco e impone su ley al orden natural y político.
El paso de un universo en el que el hombre menstrúa y las mujeres carecen de órganos sexuales, a un cosmos en el que el hombre le arranca los dientes a la vagina y la menstruación se vuelve principio contaminante.
La transformación de una realidad social recíproca basada en la autonomía de mujeres y hombres, a un orden político en el que las relaciones complementarias distribuyen el poder social del hombre (dominio) sobre la mujer (sumisión).
Y esto, es lo que cuentan los mitos de origen, bajo los que se podría reconocer el cambio de una comunidad originaria basada en la reciprocidad, en la que la mujer representa la creación y recreación del orden social. A una comunidad en la que la mujer es el caos, la ignorancia, la maldad que pone en peligro la propia supervivencia del grupo. Es el principio que de be ser controlado y sometido.
¿Y esta estructura sigue funcionando con el surgimiento del Estado?
Por supuesto, es lo que produce el síndrome del clan: ese complejo sistema de conocimientos, valores y principios complementarios, que conforman un espacio social en el que lo masculino representa lo público (lo político) y todo lo que eso conlleva, y la mujer representa lo privado (lo doméstico) y todo lo que eso presupone.
En las sociedades griegas más antiguas, la mujer es identificada con el hogar (eschiara), mientras que el hombre (oikos) simboliza lo que cubre, protege el hogar y, por extensión, representa el linaje, el templo, la patria lo político.
El síndrome del clan se manifiesta, en las sociedades homéricas, bajo un sistema de representación en el marido no es sólo esposo sino padre de su esposa, y bajo esa paternidad ejerce un control absoluto sobre la mujer. Y da igual que el matrimonio sea en nuera: en el que la mujer es dada y en esa donación se transmite la posesión; o en yerno, en el que la mujer es poseída por la línea masculina de su propia familia.
¿Este tipo de organización responde a situaciones de supervivencia?
Evidentemente.
En estas sociedades el grupo familiar se organiza y legitima a través del matrimonio complementario como instrumento para minimizar los conflictos entre familias: impedir, por ejemplo, la poligamia y que, a través de ella, una familia establezca demasiadas alianzas y acapare el poder; el crecimiento demográfico excesivo…
Fíjate como de nuevo aparece la conexión intrínseca entre la comunidad (Monarquía/Estado) y la familia.
¿Y qué me dices de la ginecocracia de Bachofen?
Sin centrarnos mucho en las críticas más técnicas y trascendiendo esa visión evolucionista de la historia que tenía Bachofen debemos tener en cuenta, que mantener la existencia del matriarcado es confundirlo con la matrilinealidad y la matrilocalidad. Y ni aún distinguiéndolo está claro que la interpretación de la sociedad cretense, o el estado egipcio, pongamos por caso, que hace Bachofen sea adecuada.
¿Recuerdas el mito de Cecrope (Mito III)?
Era una antiguo rey ateniense que convocó a todos los ciudadanos para elegir entre el olivo, que representaba a Atenea, y el agua que representaba a Poseidón como símbolos de la ciudad…
En efecto, y si recuerdas los hombres votaron a Poseidón mientras que las mujeres, que por aquellos entonces podían votar (según el mito), votaron a Atenea. Comoquiera que había una mujer más, ganó Atenea con el consecuente enfado de Poseidón que, ni corto ni perezoso, inundó la ciudad.
Para aplacarlo los hombres tuvieron que castigar a las mujeres…

¿Recuerdas cómo?
No podían volver a votar, no podían mantener el nombre de la madre y no podían ser nombradas como atenienses.
Perfecto. Y ahora ¿qué crees que nos describe este mito?
Evidentemente no es ningún acontecimiento histórico, más bien parece un modo de justificar la pérdida de la mujer de su condición política.
¿La pérdida? Eso significaría que en algún momento gozaron de dicha condición. Y no fue así, lo que se perdió, como mucho, fue la matrilinealidad, es decir que el mito justifica un sistema de funcionamiento social patrilineal (Mito II). Y, en última instancia, nos describe lo mismo que el mito ona o ceram: una estructura complementaria de organización política.
No es necesario, por tanto, interpretar, como hace Bachofen, este mito como un reflejo histórico del paso de la humanidad de un estado inferior/materno, a un estado superior/paterno.
Está claro que no es necesario y, por otro lado, sería muy controvertido
De hecho, lo es pero no debemos meternos en ese laberinto.
¿Y en Atenas?
Si aplicamos la ley de control complementario podemos deducir que la mujer fue eliminada de toda referencia política.
El surgimiento del Estado implica la supresión de los clanes (familias) como unidades mínimas de interacción social. Ahora su puesto va a ser ocupado por el individuo constituido legalmente (y no naturalmente como en los cazadores-recolectores, ni ritualmente como en los clanes). Emerge de este modo el ciudadano como entidad política.
¿Es la mujer una ciudadana? No, su pertenencia a la comunidad política la adquiere a través del contrato matrimonial. Es, por tanto, el matrimonio y no el nacimiento lo que dota de ciudadanía a la mujer. ¿Te suena de algo? Pero no nos confundamos, la mujer es ciudadana en tanto que esposa y madre y no como persona, por eso en el derecho ateniense la mujer es políticamente irresponsable por lo que debe estar tutelada durante toda su vida, por su marido.
El matrimonio es por una parte donación de la persona y su dote, del padre de la novia a su yerno y, por otra parte, dominio del marido sobre esa persona y su dote.
¿Qué le queda a la mujer? Someterse y domesticarse.
Por eso realmente la mujer siempre ha estado al margen de la historia.
En efecto, y no seamos ingenuos, al margen de la historia oficial y extraoficial, porque la historia, sea del tipo que sea, siempre es una narración política.
Y, así, de la misma manera que cuando escuchamos el término dios, imaginamos un hombre, cuando escuchamos el término historia, imaginamos la masculinidad. Y no es una cuestión de lenguaje, sino de ethos, porque todas las mujeres deben ser educadas para someterse a sus maridos y enseñar a sus hijas la naturalidad de dicho sometimiento, a la misma vez que debe enseñar a sus hijos a dominar a sus mujeres.
¿Qué espera una mujer de un hombre? Dominio.
¿Qué espera un hombre de una mujer? Sometimiento.
Fíjate que modo tan “sencillo” de evitar que la mujer se vuelva una competidora del hombre en la sociedad.
¿Y el mito es lo que configura dichas actitudes?
Es lo que refleja, en última instancia, la complementariedad como estructura que determina las relaciones domésticas.
¿Qué mas da que la situación de la mujer sea causada mitológicamente por el pecado de Eva, el voto a Atenea, la naturaleza (maternidad), o la ley? Sea como fuere, la auténtica causa es la estructura complementaria (del tipo dominio/sumisión) bajo la que se organiza cualquier sistema social (más complejo que el de los grupos locales) y cuya función consiste en controlar el carácter desestabilizador y caótico del ser humano, que a través de los mitos (en este caso nivel II), siempre es atribuido a la irresponsabilidad esencial o volitiva de la mujer.
De voluntad débil, de mente incapaz y de ser imperfecto, el Derecho Romano convirtió esa “diferencia” con respecto al hombre en norma jurídica, con todas las consecuencias que conlleva desde una perspectiva política…
¿La mujer entonces, ya no importa como ciudadana?
No es exactamente eso. La mujer desde una perspectiva cívica sigue siendo importante, pero como esposa y como madre, es decir en su función doméstica, por eso alcanza su reconocimiento cívico, que no político, cuando se convierte en madre, es decir, cuando proporciona descendencia a su marido.
¿Pero no es cierto que la aristocracia romana concedía igual importancia genealógica a ambas líneas familiares?
En efecto, los linajes son importantes, pero el ejercicio del dominio dependía de la línea paterna. Por eso cuando la cuando se casaban, la mujer preguntaba ¿quieres ser mi paterfamilia? Con lo que quería decir: que el hombre se convertía para ella en una “padre”, un jefe de familia, un amo de casa, a cuyo poder debía someterse junto con sus hijos.
Pero observa que un hombre se convierte en pater cuando muere su padre; mientras que una mujer se convierte en mater, proporciona hijos a su marido.
De este modo lo público y lo privado; lo político y lo doméstico alcanzan distinta significación en función de la autonomía del hombre o la dependencia de la mujer, de tal manera que mientras la matria potestad era una cuestión natural importante, pero que no llegaba más allá de lo doméstico, la patria potestad era un vínculo jurídico a partir del cuál se generaba todo el orden político.
En definitiva: ciudadanía y masculinidad eran la misma cosa./strong>
En efecto, una vez más se repite el mismo esquema complementario.
¿Y en la Edad Media todo empeora?
(...)