miércoles, 28 de febrero de 2007

Respuesta y CIS

Hola, Ramón:
Gracias por tu participación.
Evidentemente, todas las soluciones a este problema son muy complejas, puesto que implicarían a muchas instituciones: Educación, Sanidad, Economía, Trabajo, etc. y, además, deben planterase a largo plazo (generaciones).
Pero es cierto que no se está haciendo nada en este sentido. Ni siquiera se está consiguiendo que la violencia doméstica, o la situación de la mujer en la sociedad (no lo digamos algo más técnicamente: la situación de la mujer en el interior de las relaciones domésticas), con los salarios más bajos que cobra, pongamos como ejemplo, al igual o mayor preparación, etc., etc., llegue a alcanzar rango de problema en nuestra sociedad.
La violencia doméstica, según los resultados del CIS, correspondientes al mes de diciembre, ocupa el puesto 16 y preocupa al 2,8 %. Mientras que los problemas relacionados con el hecho de ser mujer ocupan el puesto 28 y preocupa al 0,2%. Y estos datos son en el mejor de los casos. Además, y para terminar de rematar la cuestión, no figura entre los princuipales objetivos de la sociedad española en los próximos años.
¿No será que algo no se está haciendo bien?
Todavía no se identifica ni el problema ni los elementos que lo causan. Todavía, por ejemplo, no hay ninguna campaña publicitaria organizada para la familia, ni contra el ideal de "amor" que impera en nuestra cultura, etc.
En fin, yo por mi parte voy a empezar a poner en práctica una experiencia piloto con una treintena de alumnos durante la hora de tutoría en un IES. (El modelo ya lo experimenté en un cursdo que impartí a la policía municipal de Lorca).
Saludos y espero vuestra participación.

lunes, 26 de febrero de 2007

Se necesita tu colaboración

Mientras preparo la siguiente entrada, me gustaría que participáseis contestando a la siguiente cuestión:
¿Por qué las instituciones, incluyendo el Instituto de la Mujer (ya sea del Ministerio, ya sea de las comunidades autónomas) se interesan tan poco por las investigaciones relativas a las causas de la violencia doméstica?
Un ejemplo
Durante 5 años he realizado una investigación antropológica sobre la violencia doméstica, trabajando con mujeres desde los 14 hasta los 55 años, incluyendo mujeres maltratadas.
He redactado toda la investigación y me he puesto en contacto con distintas editoriales y sólo una, Editorial Fundamentos, se ha dignado a pedirme el manuscrito y leerlo. Las demás, sin leerlo, sólo me han dicho que no es viable económicamente.
Fundamentos tiene mucho interés en publicarlo, según me comunicaron, pero su departamento económico les dijo que no es rentable y me pidieron que encontrara alguna institución que ayudase a financiar la edición.
Me acordé del Instituto de la Mujer de Murcia, porque en Marzo de 2006 estuve hablando con la Directora del Instituto por asuntos de la investigación y, sin que yo le solicitase nada, me dijo que el trabajo le parecía bueno y que ellos me iban a dar una ayuda para la investigación y me la iban a publicar en el 2007. En el 2006 no podían hacerlo, según sus palabras, porque ya habían acabado con todos los recursos económicos destinados a investigación y publicaciones.
Tras exponerle el caso, el miércoles 31 de enero se pusieron en contacto conmigo y me dijeron que no podían colaborar en la edición porque ya no financiaban ni investigaciones ni publicaciones. Lo habían estado haciendo, qué casualidad, hasta este año pero como nadie pedía ayudas para la investigación y la publicación, habían retirado dichas ayudas en los presupuestos del 2007.
O sea, el año pasado no había dinero porque se lo habían gastado todo en investigación y publicación. Y este año no hay dinero porque nadie en esta Comunidad Autónoma ha pedido ayudas para la investigación de, pongamos por caso, la violencia doméstica.
¿Quién miente?
Más allá de la investigación y su publicación, que ya saldrá como tenga que salir (supongo, ya que aunque la editorial me ha dicho que sí va a publicar el libro, lo cierto es que no me ha dicho cuando, pues espera una ayuda económica), quiero que me expliquéis cuál es la razón (o razones) que impiden que se aborde con seriedad y profundidad el tema de la violencia doméstica.
Os aseguro que no se salva ninguna institución. Me he puesto en contacto con muchas en los dos últimos años, locales, nacionales e internacionales. Ni el Instituto de la Mujer (dependiente del Ministerio), ni el Instituto de la Mujer de Murcia (como hemos visto) ni el de Valencia, Baleares, Cataluña, etc., ni la Unión Europea, ni la Asociación de Mujeres Progresistas, ni las secretarías de la mujer de los distintos partidos, salvo la secretaría de la mujer de CCOO de Murcia (aunque sólo se acuerdan de mi nombre sobre la segunda semana de noviembre), ni el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, ni la Universidad, ni la CAM, etc.
¿Qué es lo que pasa en este país en general y en Murcia en particular? ¿Por qué las muertas sólo computan en votos?
¿O va ser que tengo razón cuando afirmo que la víctimas de la violencia doméstica son un precio que estamos dispuestos a pagar?

jueves, 15 de febrero de 2007

Aproximación a la complementariedad como contexto cultural para entender la violencia doméstica

Esta es la comunicación presentada en el III Congreso Internacional de la SAF, celebrado en murcia desde el 8 al 10 de Febrero de este mismo año y que tantas objeciones produjo, tal y como comenté en la entrada De pasiones y Razones.
(Las citas, y los datos están debidamente reflejados en el propio texto que aparece en las actas y en la bibliografía que cito).

1. Introducción
Esta comunicación se basa en una investigación antropológica sobre la violencia doméstica, que he realizado sobre más de 700 individuos de ambos sexos, a lo largo de 5 años. Es un estudio que llevé a cabo de una manera muy asimétrica, porque centré toda la investigación empírica en mujeres exclusivamente. ¿Por qué? La respuesta es muy clara, porque ellas son las víctimas, y quería que mi investigación fuese un trabajo acerca de las víctimas, de los efectos colaterales de un mundo complementario que tiene sus orígenes en dos momentos temporalmente identificables:
1. La emergencia de los clanes, como sistema de interacción doméstica.
2. La concepción del amor cortés, como sistema de interacción de pareja.

A lo largo de esta comunicación, pretendo ofrecerles una aproximación a ella de tal modo que también nos permita acercarnos al problema de la violencia doméstica, con un objetivo fundamental: poner de manifiesto que existe un tipo de violencia en el seno de la familia: la violencia emocional, que es cultural, y que está en la base que hace posible cualquier manifestación individual y social del maltrato.
Esta determinación teórica de las estructuras que hacen posible la violencia doméstica es fundamental, desde una dimensión práctica, para:
a) Ayudar a la prevención del maltrato antes de que se convierta en un problema estructural para las víctimas.
b) Contribuir a la recuperación de las víctimas a través de terapias que incluyan estrategias derivadas de fundamentos antropológicos.

Una última precisión: el contenido de esta comunicación sólo puede desarrollarse desde una concepción sistémica como contexto significativo. Lo que nos lleva a mantener como principio que aunque admitimos que la dimensión biográfica del fenómeno de la violencia doméstica es incuestionable, sólo podemos entenderlo de una manera completa y, por tanto, abordarlo con alguna garantía, si lo analizamos desde una perspectiva cultural.

2. Algunas precisiones acerca de la violencia
2.1. La violencia contra la mujer
Todos sabemos que existe la violencia y que, además, el mundo de la violencia, tanto por parte de los agresores como por parte de las víctimas es un mundo eminentemente masculino, salvo en el caso de la violencia doméstica, en el que mayoritariamente, los agresores son hombres y las víctimas, mujeres.
Incluso, en lo que se refiere al maltrato infantil y de ancianos en la esfera doméstica, la condición femenina sigue siendo un factor importantísimo a tener en cuenta:
a) Porque la mayoría del incremento en el maltrato a personas de la tercera edad se produce entre mujeres, con un aumento de casi el 167% entre los asesinatos en un periodo comprendido entre el 2000 y el 2003.
b) Porque aunque el maltrato infantil aumenta entre los años 2000-2004, mientras que en niños aumenta casi un 50%, en niñas lo hace en casi un 91% .

No sería, por tanto, sorprendente afirmar que bajo estas manifestaciones de violencia (ancianos y niños) se oculta el maltrato a mujeres.

2.2. Definición de violencia y tipos de violencia doméstica
Además, es necesario que tengamos en cuenta que no hay violencia accidental, sino que ésta es una conducta (activa/pasiva) que provoca daños, transgrede derechos humanos y busca el sometimiento y el control de la víctima.
Desde esta perspectiva, ¿qué tipos de violencia doméstica podemos distinguir? (Marta Torres Falcón) :
- Física, que se realiza contra el cuerpo de la mujer y suele caracterizarse por ser progresiva en intensidad y frecuencia y por ser cíclica.
- Psicológica (asedio, control, aislamiento,…), que se realiza contra la autoestima de la mujer y provoca inseguridad y minusvaloración.
- Sexual, que se realiza contra la libertad sexual de la mujer, obligándola a realizar prácticas sexuales que considera, o le resultan, desagradables y lesivas.
- Económica, que se realiza controlando los recursos económicos y materiales, limitando el acceso de la mujer a los mismos.

Pero todos estos tipos, de violencia, de los cuáles la mujer sólo suele ser consciente del primero, resultan inexplicables, aunque se puedan describir, sin un contexto que los dote de significado. Porque ¿cómo es posible que la mujer no sea consciente del maltrato psicológico, sexual y económico y, además, aguante durante años el maltrato físico?
Ni la tipología establecida, ni la dimensión individual del problema pueden darnos una respuesta adecuada. Para ello debemos introducirnos en las estructuras que hacen posible las relaciones domésticas, y darnos cuenta que allí se desarrolla un tipo muy concreto de relación entre mujeres y hombres: la complementariedad, que provoca un tipo de violencia implícita: la violencia emocional, que debe ser entendida como contexto a partir del cual deben ser pensados causa del maltrato.
¿En qué consiste la violencia emocional?
Las emociones son sentimientos de distinta intensidad y que son generados por ideas, recuerdos, situaciones, etc.
Son emociones, por ejemplo, la pasión, el humor, el afecto (amor y odio), etc. Y si bien es cierto que lo individual, el temperamento, es un factor importante para analizarlas, cuando lo hacemos debemos darnos cuenta que en esta dimensión sólo podemos describir el modo que tienen los individuos de manifestar normalmente las emociones.
En este nivel no hay ni pregunta por las causas ni posibilidad de respuesta. Ahora bien, si nos preguntamos por los modos de sentir (se) y pensar (se) en el interior del mundo y de nuestras relaciones con él (que incluye a los demás), nos estaremos preguntando por los modelos intersubjetivos que determinan nuestras emociones y, por tanto, por las causas de las mismas.
La conclusión es clara, las causas de la violencia doméstica no deben buscarse en la dimensión individual del fenómeno, ni tampoco en su dimensión social, sino en la cultura, en la propia estructura que posibilita el espacio de interacción entre los hombres y las mujeres, el ámbito de lo doméstico o lo que es lo mismo, la familia complementaria, entendida como el lugar donde los individuos se tornan sujetos socialmente hábiles. Donde todos aprendemos y aprehendemos esas habilidades necesarias para comunicarnos con los demás, que son como nosotros.
Nos desplazamos de este modo a la idea de complementariedad que debe ser entendida como un concepto que señala a los modos de pensarnos y sentirnos (ethos) en el interior de las relaciones domésticas, siendo, por tanto, el núcleo central desde donde entender la violencia doméstica como un fenómeno cultural.

3. El concepto de complementariedad como contexto
¿Qué tipo de relación se da entre mujeres y hombres en el seno de la comunidad?
No tengo dudas al respecto: de tipo complementario.
Esta afirmación tan breve es la que más problemas puede dar a lo largo de esta comunicación, como de hecho fue la que más problemas me dio a lo largo de la investigación, porque aquellas personas con las que he podido discutir acerca de ella se han mostrado muy reticentes, y en algunos casos, hostiles a la hora de aceptar que las relaciones entre los hombres y mujeres sean complementarias. A mi modo de entender, la razón estriba en un aspecto fundamental: los prejuicios con los que hombres y mujeres nos miraos los unos a las otras y viceversa. Prejuicios que, además, vienen contextualizados por la propia complementariedad.
Dicho de otro modo, en un mundo estructurado complementariamente, como es el caso de las relaciones entre hombres y mujeres, no entienden lo que significa la complementariedad como estructura.
En efecto, si recurrimos a la definición de complementariedad, que nos ofrece la Real Academia Española en su Diccionario de la Lengua Española, nos encontramos con que significa: “Calidad o condición de complementario” y si, desde aquí, nos vamos a la definición de complementario: “Que sirve para completar o perfeccionar alguna cosa”, entonces podemos empezar a entender las suspicacias que levanta el concepto.
Digamos que la inmensa mayoría de las personas pensamos que los hombres están hechos para las mujeres y las mujeres hechas para los hombres, en el sentido de las medias naranjas. Es decir que ambos se completan en sus funciones biológicas y sociales y culturales. Menganito está hecho para Zutanita, y por eso forman una pareja ideal (el orden que debe ser). Entonces se casan (el orden continúa) y fundan una familia ordenada, en la que cada cuál cumple con el papel que le es propio y que completa al otro, ya sea como esposa y esposo, ya sea como madre y padre (que ordenaran la siguiente generación).
Desde aquí, se desarrollan dos posiciones:
1. Los que consideran que esto es un hecho de la naturaleza y, por tanto, la sociedad y la cultura deben reflejar esa organización, y si se da una supeditación de la mujer al hombre, esta responde al orden da la realidad.
2. Los que consideran que esto no es un hecho natural sino social y cultural, y si se da un dominio del hombre sobre la mujer, este se debe a que el mundo se construye masculinamente, contra la mujer.

Pero hay otra posibilidad, pero para entenderla hay que pensar la realidad, en todas sus dimensiones, de una manera sistémica, hay que pensar en los individuos como procesos y no entidades. Es decir, pensar en un mundo en el que no se dan hombres y mujeres, como entidades distintas y distantes, sino esposo>esposa>esposo como proceso contextualizado por hombre>mujer>hombre, como proceso contextualizado por masculino>femenino>masculino......, como proceso contextualizado por la complementariedad.
En este sentido, la complementariedad no debe ser entendida en términos de individuos sino de relaciones. Y así, podemos entender que la relación entre, pongamos por caso, las leonas y las cebras (predador y presa) también es una relación complementaria, pero sólo puede ser definida en el interior de un entorno que la configura: la sabana.
Del mismo modo, cuando hablo de complementariedad como estructura de las relaciones domésticas, ésta no debe ser entendido como complemento o perfeccionamiento (esto es mito), sino también como dominio>sumisión>dominio. Y esto no significa qua las relaciones entre hombres y mujeres deban ser de este tipo, pero nos sitúan ante un hecho incuestionable, que este tipo de relación también está presente en la conformación de las relaciones domésticas. Y la gran modificación que hemos producido en todo el planteamiento, es que mujeres y hombres no son causa de las relaciones domésticas, sino efectos de las mismas.
A partir de este momento, todo cambia, porque nos vamos a introducir en un mundo de valores y de estructuras que van a conformar el ethos, y esto ya es una cuestión de contextos y no de individuos.
Ya hemos dado un paso más, más profundo de lo que pensamos, y desde aquí vamos a introducirnos (caer) en el mundo de los mitos, en el universo arcaico y contemporáneo de las narraciones que tienen que ser pensadas como estructuras y, como tales, como contextos significativos de nuestras conductas. Por eso, los experimentos llevados a cabo con las mujeres sujetos de esta investigación, han sido construidos a partir de retazos mitológicos comunes. Y a través de ellos se pueden oír las voces genéticas del pasado confundidas con las voces presentes del ahora. En una comunidad que es universal y atemporal, un continuo entramado de valores que nos vinculan a nuestros orígenes como humanos (síndrome del clan), y como occidentales (síndrome de Eloísa).

4. Definición sistémica de familia
¿Dónde se produce el contacto originario entre el individuo y la cultura?, ¿dónde adquiere el individuo su naturaleza intersubjetiva, como condición de posibilidad de su propia identidad y del devenir de la comunidad?, ¿dónde se conforma emocional y cognitivamente el individuo, como sistema comunicativo capaz de emitir y recibir mensajes de modo operativo?
La respuestas a estas cuestiones pueden ser contestadas desde el concepto de familia, que se desarrolla sobre la base originara de la interacción masculino>femenino>masculino...
Y así, se puede definir la familia como la unidad mínima de interacción de los individuos en el seno de una comunidad, cuya función principal consiste en transmitir y mantener la compleja estructura de representación, valoración y acción propia de la cultura en la que la comunidad está inscrita. De tal modo que se perpetúe el contexto ético y eidético que hace posible el mantenimiento de patrones conductuales reconocibles por todos los miembros de la comunidad.
Desde esta perspectiva, la familia es el primer sistema de interacción mediante el que se conforma la subjetividad de las individuos, bajo el horizonte de la intersubjetividad; articulándose, al mismo tiempo, desde una dimensión cognitiva y emocional, como elemento conformador de la identidad de los individuos en un sistema social dado.
Dicho de otro modo, la familia es el espacio en donde el individuo adquiere su ethos en relación con los demás. O lo que es lo mismo, el ámbito de conformación de la identidad: el sistema de interacción donde los hombres aprehenden a ser hombres y las mujeres, mujeres.
Por ello, podemos afirmar que la familia debe ser pensada como una estructura sistémica interrelacionada en todo momento con el sistema cultural en su totalidad, es decir, contexto psicológico que determina significativamente la personalidad y las conductas de los individuos en función de lo que socialmente se espera de ellos y, por eso, es inseparable de la comunidad en la que se haya inserta. De aquí que la primera afirmación nos conduzca a concluir que la familia, como dijimos anteriormente, no es el espacio privado donde los individuos desarrollan emocionalmente su existencia, sino el ámbito público de construcción del “ethos en relación con….”.
Pero, en sentido negativo, la familia puede ser definida como un sistema reactivo cuya función consiste en controlar el carácter recreativo de los individuos (que deben ser pensados como subsistemas); es decir, la capacidad que tienen los individuos de reconstruir la realidad, cognitiva y emocionalmente, de otro modo, con el fin de asegurar la estabilidad del sistema social.
Así pues, debemos entender las funciones atribuidas a la familia por Murdock :
- Control de la interacción sexual.
- Control de la fusión y fisión de los grupos.
- Control de la producción.
- Control de la educación.

Inciden en la consideración del ámbito doméstico como un sistema interconectado en el que el factor de conformación del ethos, se articula como el elemento unificador, mediante la inclusión de los individuos en un complejo sistema mítico que determina, para empezar, las relaciones entre los dos subsistemas elementales del sistema familiar: el hombre y la mujer.
Es obvio, que todas las funciones descritas por Murdock tienen como finalidad el mantenimiento del sistema social y, como vimos en los capítulos anteriores, la comunidad hunde sus raíces en estructuras culturales.
Así, la cultura es estructura y su función radica en la creación y conservación de la comunidad, que se efectúa a través de la familia
Pero, en este sentido, también la familia debe ser entendida, no sólo como contexto, podríamos llamarlo, educativo y civilizador ; sino que además es un factor fundamental, radicalmente importante, en la formación de la dimensión emocional de los individuos .
En esta dimensión debe ser pensada como el ámbito propio y constitutivo conformado por todos aquellos que son tenidos en cuenta en la vida de la persona, por lo que es fundamental comprender esta dimensión afectiva, para poder entender de modo correcto, la familia como espacio donde se genera la violencia emocional.
Pues bien, lo que vamos a intentar mostrar a continuación es que el modelo de ethos complementario es el mismo que aparece con los sistemas neolíticos de los clanes, con lo que podemos afirmar la familia aunque se reorganice, ética y políticamente, de distinta manera, sigue cumpliendo, ontológica y epistemológicamente, las mismas funciones cognitivas y emocionales en la formación de los individuos, que cumplía en épocas pretéritas.
Comprender esto, pasa por comprender la interacción originaria que conforma el contexto a partir del cuál el individuo se va a transferir e identificar con la comunidad .
Entender, entonces, qué es la familia y cuál es la función que realiza en el sistema social, pasa por entender, primero, qué tipo de interacción se produce entre la mujer y el hombre en los distintos sistemas culturales.
Y para poder comprender esto, nada mejor que un análisis histórico donde se vea el papel de la familia en el contexto de la construcción del ethos.
Porque como afirma Morin: “La Sagrada Familia se convierte en la base comunitaria mítica de la sociedad real, al tiempo que el parentesco lleva a cabo la concatenación biosociocultural entre micro y macroestructuras sociales”.

5. El origen de la complementariedad
Con el sistema cultural de cazadores-recolectores, nos encontramos con un contexto de interacción en el que la mujer y el hombre tienen el mismo valor desde su autonomía; y lo mismo acontece, pues, con la madre y el padre, la recolectora y el cazador. Un sistema, en definitiva, en el que no hay preferencia ni por el chamán ni por las “venus” .
Ahora bien, durante el Solutrense y el Magdaleniense se rompe el sistema de reciprocidad que determinaba el equilibrio entre el ethos femenino y el ethos masculino.
Entre el hombre y la mujer se produce una simetricidad representacional y afectiva, que da lugar a unas pautas conductuales complementarias, de sometimiento de la mujer al hombre, de la madre y esposa al guerrero-cazador.
En efecto, la mujer es madre y, en el seno de la intersubjetividad ya no es un factor de equilibrio y cohesión, sus logros sociales se identifican con los logros de sus hijos, el cuál sólo se identifica con su padre y con el clan de su madre.
Por otro lado, es esposa, y desde aquí, sólo puede atribuirse una parte del estatus de su marido, sin que él tome nada de ella.
Desde esta perspectiva, el control que la madre puede ejercer sobre los hijos debe ser, a su vez, controlado, dirigido, pues puede alterar el sistema social .
Este control se realiza mediante la configuración de un sistema arquetípico que:
1. Establece una primacía y una separación de lo masculino sobre lo femenino; de tal modo que mujeres y hombres son separados desde la infancia.
2. Establece un espacio ritual en el que los niños acceden al mundo adulto (social) en el seno de un clan.
3. Establece un contexto de referencia en el que lo femenino es reinterpretado desde lo masculino.
El resultado final es un sistema que se desarrolla desde la complementariedad como contexto, alejando a la mujer de toda esfera de poder, y controlando su influencia sobre la educación de los hijos.
Desde aquí, y en referencia al tema que nos ocupa, el control de la mujer se hace, incluso, más necesario; puesto que es el elemento fundamental para la transmisión de todo el sistema de representaciones y valores que van a configurar la personalidad de los individuos. Es muy importante insistir en la consideración maternal de la mujer, con todos lo calificativos mitológicos que ello conlleva y que quedan reflejados en las mujeres sujetos de mi investigación.
Por eso, es un error considerar que la mujer adquiere, en sí misma, consideración social como individuo, y aunque se pueda considerar toda una mitología de la mayor parte del neolítico en le que la mujer representa, unívoca y exclusivamente, la fuerza creadora de la Naturaleza, esta representación se hace a través de la figura de la madre, que se transformará posteriormente en “virgen”, esto es, en madre de un dios.
En este sentido, hay que destacar que a lo largo de todo el periodo paleolítico el chamán se va transformando progresivamente en sacerdote, figura que va a adquirir consolidación a lo largo del neolítico, por lo que no necesita representación alguna. Por ello no es de extrañar que “las representaciones masculinas (sean) escasas en las esculturas de la Europa Neolítica. En Achillion, por ejemplo, sólo dos de las doscientas imágenes representan deidades masculinas” .
En este nuevo espacio, el de la mujer como madre y el del hombre como sacerdote, que sustituye al de la venus y el chamán, la mujer va a jugar un papel mucho más importante, por cuanto de ella dependerá el control, de modo inmediato, de todo el proceso de aprendizaje social de los individuos, sobre todo en lo que respecta a su dimensión emocional. El hombre en tanto que sacerdote, por su parte, adquirirá un papel de control sobre la mujer, constituyéndose así como un mecanismo de control intersubjetivo creado por el sistema, con el fin de mantener, a distancia, el equilibrio del propio sistema, de tal modo que la familia, reorganizada a través de la las figuras de la “madre” y el “sacerdote” se conforma sobre la base de la complementariedad, desarrollándose, a partir de ahora, cognitivamente a partir de la figura del “padre”.
No se nos puede olvidar que la subjetividad debe ser controlada, pero esta ya no tiene un contacto cognitivo y afectivo inmediato con la intersubjetividad. Es decir, los individuos ya no tienen un contacto directo e inmediato ni con un grupo ni con un clan, que los vincule con el sistema social. El momento crucial es éste, el momento en el que, desde una perspectiva social, las dimensiones, emocional y cognitiva, del individuo adquieren funciones distintas, interiorizándose aquélla (inconsciente), y universalizándose ésta (conciencia), lo cual implica, de modo inmediato, no sólo un desajuste en el propio individuo, sino un desequilibrio entre su dimensión subjetiva y su dimensión intersubjetiva. En este momento, la familia debe asumir todas las funciones que antes compartían con el grupo y/o con el clan, con el fin de reducir, insisto una vez más, emocionalmente, la distancia efectiva entre la intersubjetividad, que es Estado, y la subjetividad.
Es, precisamente, esta distancia efectiva entre el individuo y el Estado, lo que hace necesario que se consolide una estructura mitológica rígida que:
1. Conforme la personalidad de los individuos desde su nacimiento, de una manera unívoca y unidireccional. Esto es, que todos los individuos se constituyan cognitiva y emocionalmente (sobre todo) en la interioridad de un linaje único, más allá del grupo local o del clan.
2. Determine, unívoca y unidireccionalmente, los patrones conductuales y las conductas de los individuos, de tal modo que se adecuen a un sistema más amplio que trasciende el grupo local o el clan.
3. Mantenga, continuamente, mecanismos de control complementarios, en el que lo emocional y lo cognitivo se equilibren, con el mínimo gasto posible para el sistema como una totalidad .

Pues bien, como quiera que la familia se hace necesaria en este sistema por su función educadora; esto es, como unidad mínima de transmisión de conocimientos, valores y conductas asociadas a la conformación de la personalidad de los individuos y de sus patrones conductuales; y como quiera que la madre se convierte en el primer sujeto de transmisión, la nueva estructura mitológica debe establecer un contexto restringido de acción para ella, que será caracterizado, como ya hemos dicho, por un espacio complementario en el que el hombre/padre/sacerdote (dominio) ejercerá un control intersubjetivo sobre la mujer/madre/virgen (sumisión).
Para ello, los arquetipos deben cambiar de contenidos, deben modificar sus significados, por lo que nos encontramos con que en las mitologías estatales la mujer aparece como potencialmente peligrosa; como aquello que produce el dolor y la muerte y, por eso, debe ser controlada por el hombre. Por el individuo concreto que establece lazos matrimoniales, que siempre son intersubjetivos, con ella .
En este sentido la mujer, reducida a su papel de madre y esposa, se constituye como complemento del hombre, desde su origen y, por ello, el único tipo de interacción posible es el de complementariedad, en todos los ámbitos.
De esta manera, el surgimiento del Estado provoca que se incida y refuerce el sistema de interacción complementario que había aparecido con el sistema de clanes, consiguiendo que la mujer, sustituta del grupo y del clan, transmita emocionalmente a su descendencia, un sistema de valores que imposibilite que la acción de los individuos pueda poner en peligro la supervivencia del Estado. Estamos hablando de sistemas hipercomplejos que necesitan multitud de mecanismos de control de conductas, y éstos, para que sean efectivos, tienen que ser muy próximos a los individuos. No se nos puede olvidar que, aun cuando nos sepamos, cognitivamente, miembros de un Estado, no nos sentimos ligados, emocionalmente, a la inmensa mayoría de los individuos e instituciones que lo componen.
Si pusiésemos en una lista todos los nombres de aquellas personas que nos importan, tanto emocional como cognitivamente, podríamos establecer una analogía entre las sociedades actuales y los comunidades de cazadores-recolectores del paleolítico (grupos locales, grupos reproductivos y grupos regionales). Si lo hiciésemos, nos daríamos cuenta de que cada unos de nosotros desarrolla su existencia cotidiana, en grupos que coincidirían esencialmente con los grupos locales y reproductivos. ¿Y el resto de los millones de individuos que forman parte de una sociedad? Para ellos está la ley, la razón, las instituciones, etc.
Así es más fácil entender las razones por las que las mujeres sujetos de esta investigación no vinculan emocionalmente ninguno de los fenómenos domésticos a su situación concreta. Llegando a distinguir entre las mujeres y ella, los hombres y su pareja, la familia y su familia. En este sentido la violencia doméstica, pongamos por ejemplo, es un problema social que tienen los demás.
Hemos visto que, conforme el grupo aumenta, la distancia cognitiva y emocional entre los individuos y el grupo se hace, como es lógico, cada vez mayor. Esto hace que la comunidad no sea efectiva como totalidad, para ejercer un control efectivo sobre el dinamismo de los propios individuos (sistemas abiertos y cerrados, conservadores pero creadores, estáticos pero dinámicos...), lo cual implica un peligro real, por cuanto el dinamismo creador del ser humano sin ningún tipo de control, y recuérdese que es una cuestión de control de posibilidades, puede poner en peligro, y de hecho lo pone, el equilibrio del propio sistema social, sometiendo a éste a un continuo proceso de desequilibrio y de desorden: conflictos internos y/o externos, redistribuciones de poder, desorganización institucional, heterodoxia, etc. que pueden poner en peligro la viabilidad de la comunidad.
En este momento, la intersubjetividad crea mecanismos para controlar cognitivamente a los individuos, “dejando en manos” de la familia el control emocional de los mismos. Pero hay que tener en cuenta que en la familia, es la mujer, la responsable última de la esfera doméstica, la que permanece en un contacto emocional continuo con los hijos, con lo que ella, como es normal, debe ser controlada a su vez, control que como hemos visto y seguimos viendo es ejercido por el varón, a través de unos complejos narrativos que crean un espacio efectivo de complementariedad.
¿Qué ocurre en la actualidad?
Se podría objetar que con el paso del tiempo la situación ha cambiado; que la distancia se ha vuelto a reducir, porque la ciencia, la técnica, la política, etc., han creado un espacio más limitado de interacción de los individuos, es decir, han acortado la distancia entre los individuos y el grupo a través de la tecnología, los medios informativos, los sistemas educativos, etc. Por ello, en la actualidad, hombres y mujeres están reorganizando todo sus sistema de interacciones, favorecidos, además, pero dicha reorganización, que cognitivamente está clara, se torna emocionalmente oscura, sobre todo porque se está produciendo un desajuste entre dicha por la concienciación sobre la igualdad de la mujer con respecto al hombre.
A esta objeción se le podría contrarrestar con los datos (económicos, políticos, sociales, subjetivos, intersubjetivos, cognitivos, emocionales, locales, regionales, nacionales, internacionales, etc.), expuestos en esta investigación. Siendo optimistas podríamos, inclusive, admitir que se están produciendo modificaciones en las relaciones entre hombres y mujeres, sobre todo en las dimensiones éticas y políticas, pero no es suficiente. Porque para que se puedan producir modificaciones profundas, debemos cambiar, ontológica y epistemológicamente, los modos que tienen los individuos de pensarse y sentirse emocionalmente, en el interior de las relaciones domésticas. Sólo de este modo podremos modificar los caracteres intersubjetivos y producir una reorganización y redefinición de las funciones que la familia debe cumplir en el seno de la comunidad.
Dicho de otro modo, los cambios éticos y políticos afectan a la dimensión subjetiva de los individuos, pero no a su condición intersubjetiva. Sobre ésta sólo pueden actuar modificaciones en los sistemas complementarios de relación, y éstos actúan a través de la familia.
Si vamos, de un modo superficial, a los datos obtenidos en mi investigación, nos encontramos que cuando se les pide a las mujeres sujetos de esta investigación que indiquen, por orden de mayor a menor importancia, los contextos desencadenantes de conductas de violencia doméstica: televisión, colegios, institutos, amistades, familia, y complejos psicológicos los resultados son:
- Más del 65% considera que la familia es el contexto más importante, mientras que el 26, 08% la sitúa en el segundo lugar (tras los complejos psicológicos). Y sólo el 3,8% coloca a la familia en el último lugar.
- El 39,1% considera los complejos psicológicos en primer lugar, seguidos por la familia, con un 26,08%.
- Destaca como tercer contexto las amistades y como cuarto, la televisión.
Si se les pregunta, por otro lado, si consideran que las instituciones educativas pueden contribuir a la solución del problema de la violencia doméstica: el 66,6% afirma que no, que el lugar adecuado es la familia, que es donde se educa a niños. Mientras que el 20,8% afirma que podría ser una ayuda, pero siempre como apoyo a la familia. Sólo el 12,5% considera que sí sin condiciones.

¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto?
1. Que las mujeres sujeto de esta investigación, consideran que la violencia doméstica es un problema que se soluciona fundamentalmente con educación, aunque inciden en la necesidad de leyes que persigan el maltrato.
2 Que la violencia doméstica es un problema que se interpreta desde dos dimensiones distintas:
a) Intersubjetiva, desde la que interpretan que la familia (no su familia) es el lugar donde se aprenden las conductas machistas y violentas. Con lo que la familia es pensada como el lugar originario para la solución a los problemas de la violencia doméstica.
b) Subjetiva, desde la que interpretan que la violencia doméstica es un fenómeno provocado por problemas psicológicos, tanto de ellas como de ellos.
3. Incluiría, aquí, una tercera conclusión: que los ciudadanos tienen más sentido común que los políticos, porque al menos ellas son capaces de vislumbrar el lugar dónde se origina la violencia doméstica: la familia complementaria.

Si tomamos todos estos datos, hay algo que las mujeres intuyen cognitivamente, pero niegan emocionalmente: que son sujetos transmisores de las causas que posibilitan la violencia doméstica, pero eso les ocurre a las demás, porque en su familia, tanto ella como su pareja, se complementan perfectamente.
Y esta interpretación encaja con los siguientes datos:
- Sólo el 30,4% de las mujeres con las que he trabajado reconocen haber presenciado algún episodio de violencia doméstica. En concreto sólo señalan, un caso. Pero, siguiendo con la sorpresa, no llega al 29% el porcentaje que hace referencia al maltrato psicológico.
- Todos los casos se dan fuera de su familia, porque en su entorno familiar, el 60% no había padecido ninguna conducta machista, y el resto, cuando afirman que sí han padecido conductas machistas por parte de sus parejas , asocian las conductas machistas, exclusivamente, a las labores del hogar. Como mucho, llegan a incluir alguna discusión con su pareja sobre quién conduce mejor si los hombres o las mujeres.

¿Cómo compaginar el 65% que considera que la familia es el contexto donde se origina la violencia doméstica, a través de la educación machista que reciben las personas; con el 60% (más el resto que sólo lo perciben en la colaboración en las tareas del hogar) que afirma que en sus familias ese tipo de conductas no se producen, o el 70% que no han presenciado, jamás, ningún episodio de maltrato?
Todo es interpretado desde valores masculinos, y desde ellos ni el maltrato psicológico es percibido, ni son machistas (bueno, sí lo son, pero sólo cuando preguntan, y aunque no son deseables sí son esperables), aquellas conductas cotidianas que responden a la identidad propia de cada sexo en el interior de las relaciones domésticas.

6. Bibliografía
AA.VV., La nueva comunicación, Kairós, Barcelona, 1994.
Bateson, G., y Ruesch, J., Comunicación. La matriz social de la psiquiatría, Paidós, Barcelona, 1984.
Facchini, F., L`Home: ses origines, Flammarion, Milán, 1990.
Harris, M., Introducción a la antropología general, Alianza Editorial, Madrid, 1995.
Kay Martin, M., y Voorhies B., La mujer un enfoque antropológico, Anagrama, Barcelona, 1978
Morin, E., El paradigma perdido: el paraíso olvidado, Kairós, Barcelona, 1978.
Ries, J., Tratado de antropología de lo sagrado. Las civilizaciones del Mediterráneo y lo sagrado, Trotta, Madrid, 1997.
Sanmartín, J., El laberinto de la violencia, Ariel, Barcelona, 2004.

domingo, 11 de febrero de 2007

De pasiones y razones

Este blog, así como toda la investigación que lo sustenta, está elaborado a partir de una toma de posiciones innegociable para su autor. A saber: es una investigación sobre la violencia doméstica desde la perspectiva de las víctimas.
Pero, además, y para que no quede duda alguna, considero como víctimas a las mujeres. Con esto no quiero decir que no existan hombres víctimas de violencia doméstica pero, hoy por hoy, la víctima prototípica, sigue siendo mujer en más de un 95% de las ocasiones.
Este hecho que yo, absurdamente, siempre he establecido como válido a priori, me ha dado más problemas de los que me podía imaginar. La verdad es que nunca me imaginé que me daría problemas, pero el caso es que lo ha hecho.
Me explico…
Tras una breve comunicación que he realizado sobre mi trabajo (apenas 20 minutos) bajo el título de La complementariedad como contexto cultural para entender la violencia doméstica, se realizaron las siguientes objeciones contra, precisamente, las condiciones a priori de mi investigación (En otro momento comentaré una ulterior cuestión relativa a la idea de soledad que me parece muy interesante):
1ª) Que el título debería haber sido: La complementariedad como contexto cultural para entender la violencia contra la mujer. Porque también había hombres que padecían la violencia doméstica.
2ª) Que a lo mejor había que admitir que la relación de sumisión por parte de la mujer era algo aceptado y deseado por ella.
3ª) Que mi investigación podía ser reducida a una imagen esperpéntica (nunca utilizaron esta expresión) en la que la mujer aparecía como buena, muy buena y el hombre como malo, muy malo.
4ª) Que podíamos admitir que en el plano de la privacidad, que es el dominio de la mujer, el hombre es el sometido y la mujer la dominadora.
5ª) Que deberíamos pensar en los homicidas, gente normal y corriente, que en un momento determinado, a causa del sufrimiento que les produce su víctima, la matan. En consecuencia, deberíamos pensar (esto no lo llegaron a formular pero se sigue de lo anterior), acerca de lo que la víctima (mujer asesinada, pongamos por caso), le había hecho a la víctima (hombre asesino, supongamos).

Permítanme pasar a comentar estas objeciones, aunque creo que algunas de ellas se comentan por sí solas. Y quiero decirles, además, que las comento porque se establecieron como sugerencias hacia mi trabajo, consejos “bienintencionados” que me permitirían mejorarlo.
De modo general y aunque me indigné con determinadas intervenciones (lo siento mucho pero mi toma de posición con las víctimas es irrenunciable, innegociable, racional y pasional, y ya he dicho a quién considero víctimas de malos tratos), agradezco muchísimo todas las objeciones porque no han hecho otra cosa que reforzar mis tesis.
Lo peor de todo, y ya estoy haciendo un comentario, es que hubo al menos una persona que ni me escuchó ni tuvo intención de hacerlo, en cuanto detectó que mi comunicación hablaba sobre mujeres.

Me pasó lo mismo cuando impartí un curso sobre violencia doméstica a la Policía Local de Lorca, y encontré mucha resistencia por parte de algunos policías a admitir que las mujeres fuesen “tan” víctimas; que nadie hablaba de los hombres víctimas, y de todo lo que podían llegar a padecer los hombres en manos de sus mujeres ¿Les suenan las objeciones? El curso duró doce horas, y al final del mismo, todos entendieron lo que yo quería decirles y todos admitieron mis tesis. La verdad es que hacía muchísimo tiempo que no me habían hecho estar tan a gusto explicando algo, por ello quiero aprovechar este momento y este espacio, para mandarles recuerdos a todos ellos y darles las gracias por hacerme sentir que lo que estaba trabajando con ellos merecía la pena y podía producir algo bueno.

¿A cuento de qué tanta hostilidad contra las mujeres en general y las víctimas de malos tratos en particular?

Con respecto a la primera cuestión, y sin recurrir a estadísticas que pueden consultar (en este blog aparecen direcciones) si no me creen, me parece evidente que aun cuando existan hombres víctimas de malos tratos, el mundo de la violencia doméstica es un mundo en el que la víctima es una “ella” y el agresor es un “él”. Aquí, en Estocolmo, en Lima, Pekín, Nairobi y Creta.
¿Por qué cuesta admitirlo?
Simplemente escuchen los telediarios con un poco de atención, lean los periódicos con un poco de interés, y podrán darse cuenta de que los nombres de las víctimas suelen ser de mujer. Y esto no significa que haya una conjura feminista contra los hombres para que éstos aparezcan como culpables; no quiere decir que haya un complot de los oscuros poderes femeninos para desalojar a los hombres del precario lugar que les corresponde; no implica que el hombre deba sentirse agredido cuando se le considera sujeto agente y no paciente de la violencia doméstica…
La masculinidad, o al menos determinado modelo de la misma, sigue teniendo vigencia (como se manifiesta en las cinco objeciones), aun cuando los maltratadores sigan siendo hombres y las mujeres continúen siendo las víctimas de la violencia doméstica.
Así que, por su parte, no se preocupen y sigan durmiendo tranquilos que yo, por mi parte, seguiré diciendo, y con más razón todavía, que la complementariedad es el contexto adecuado para comprender la violencia doméstica.

Responder a la segunda cuestión me resulta complicado, por más que se me quiera convencer de lo contrario con ejemplos concretos (YO NO HABLO DE INDIVIDUOS, SINO DE MODOS DE SER: FEMENINO Y MASCULINO), y me gustaría que se pusieran delante de una víctima de malos tratos y le dijesen: “¡Ay tontina!, reconócelo, si te encanta que te dominen, te insulten, te menosprecien, te aíslen, te controlen, te peguen, te apuñalen”.
Si nos encontrásemos con una víctima que gozase con su situación y la eligiese voluntariamente, todos reconoceríamos, aun cuando fuera con mucha diplomacia, que esa persona no está en sus cabales. ¿Pero estamos dispuestos a admitir que la mujer no está en sus cabales? “¡Claro que sí! Por eso la mujer necesita un hombre (un buen hombre) que la mantenga entre los límites de la lucidez y la controle, no vaya a ser que se haga daño a sí misma. (Es por su propio bien)”.

Con respecto a la tercera considero que sólo un esperpento puede reducir mi investigación a esperpento. Nunca he dicho que las mujeres sean buenas, buenas y los hombres malos, malos. Eso es, por decirlo finamente, ingenuo si se dice sinceramente y una estupidez si se utiliza como malintencionada crítica.
Todo el mundo sabe que hay mujeres buenas y malas. Y lo mismo se puede decir de los hombres, aunque yo, en mi ignorancia, preferiría aplicar esos conceptos a las personas (Ya se sabe eso de sustancias individuales de naturaleza racional, o no tanto), pero YO NO HABLO DE INDIVIDUOS, SINO DE MODOS DE SER: FEMENINO Y MASCULINO.
Y si bien es cierto que fulanito puede ser muy bueno y zutanita muy mala, ni fulanito ni zutanita deben sentirse ofendidos, dolidos o esperpénticos si se dice que el Homo sapiens es una especie peligrosa y criminal con respecto a las ballenas, por ejemplo. Y yo les aseguro que no he cazado no pienso cazar jamás una ballena y considero que debería suscribirse una moratoria total y eterna sobre su caza.

Con respecto a la cuestión cuatro: ¿de verdad lo consideran así? ¿De verdad piensan que el hombre es una víctima de malos tratos en el hogar y para protegerse ejerce violencia física, psicológica, sexual y económica en el ámbito doméstico?
¡Ahora lo entiendo! Para sobrevivir a la mujer, los hombres o bien matan a las mujeres o construyen un mundo público masculino, donde la mujer tiene vetado los accesos al poder o a las esferas de influencia. Ya se sabe, eso de mismo trabajo, distintos sueldos; misma formación distinto nivel; despidos cuando se queda embarazada, no contratos por la regla, etc., etc., etc., es una cuestión de… supervivencia.
Lean este mito y comprenderán como entre los Ona de Tierra del Fuego y nosotros hay más similitudes de las que quisiésemos admitir.
Es un mito de origen que narra el exterminio de las mujeres a manos de los hombres, que vivían sometidos bajo el yugo del miedo.

“En los días en que todo el bosque era de hoja perenne, antes de que kerrhprrh el periquito pintara de rojo las hojas de otoño, con el color de su pecho. En los días en que krren ( el sol) y kreeh (la luna) andaban por la tierra como hombre y mujer y muchas de las grandes montañas durmientes eran seres humanos: en aquellos días lejanos, sólo las mujeres de la tierra ona conocían la brujería. Ellas tenían su propia logia (asociación) a la que ningún hombre se atrevía a acercarse. Las jóvenes, a medida que se acercaban a la madurez eran enseñadas en las artes mágicas, aprendiendo cómo llevar la enfermedad e incluso la muerte a aquellos que las disgustaran.
Los hombres vivían en un miedo abyecto y sometidos. En verdad, tenían arcos y flechas con los cuales proveer al campamento de carne, sin embargo se preguntaban: ¿de qué nos sirven tales armas contra la brujería? Esta tiranía de las mujeres fue de mal en peor, hasta que a los hombres se les ocurrió que una bruja muerta era menos peligrosa que una viva. Conspiraron juntos para matar a todas loas mujeres y sobrevino una gran masacre a la que no escapó ninguna mujer en forma humana (…). Los hombres se encontraron ahora sin esposas. Porque tenían que esperar a que las niñas se convirtiesen en mujeres. Mientras tanto, surgió la gran pregunta ¿cómo podrían los hombres mantener el poder ahora que lo tenían? Un día, cuando estas niñas alcanzasen la madurez podrían unirse y recuperar su antiguo dominio. Para prevenir esto, los hombres inauguraron una sociedad secreta propia y desterraron para siempre la logia de las mujeres en la cual se habían incubado tantas conspiraciones malvadas contra ellos…)”.

¡Qué poco hemos cambiado a pesar de lo que nos creemos!

La quinta cuestión no puedo ni quiero contestarla, porque aquí me “sale la vena pasional” y no estoy por la labor, al menos hoy. Simplemente decir: “Si no eres feliz con una mujer: ¿no es mejor separarse que matarla? Y si no estás satisfecho con tu vida, pues ya se sabe, toda solución debe comenzar por ser aplicada a uno mismo ¿No? O a lo mejor resulta que el simple soy yo y todavía no me había dado cuenta.

Si quieren más y mejores razones basadas en investigaciones, sólo tienen que leer este blog, comprenderán porqué considero que mi investigación es más válida de lo que yo creo a veces. Aunque sea para contestar de una manera racional a objeciones como las que me han hecho, que son más comunes de lo que ustedes piensan.
Y si quieren profundizar un poco en aquellos elementos que los conforman a ustedes como personas, aun cuando no se den cuenta, contesten a los cuestionarios de una manera sincera y participen activamente en el desarrollo del blog.
Hasta pronto.

lunes, 5 de febrero de 2007

Una conversación con una víctima de malos tratos

Esta entrevista que aquí reproduzco, fue preparada meticulosamente. Lo hice a partir de varios cuestionarios que la persona y otra víctima de malos tratos habían realizado. En total, más de 300 cuestiones contestadas fueron la base para realizar las preguntas de la entrevista. Pero nada, no hubo lugar a ella, más bien, fue un monólogo de más de una hora y cuarto de duración.
Me senté frente a ella, conecté la grabadora y comenzó a hablar. A veces más deprisa; a veces más despacio, pero en ningún momento se mostró nerviosa: hacía ya mucho tiempo que había pasado. A veces conseguía realizar alguna pregunta, improvisada, en función de su última afirmación y, a veces, me contestaba…
Sea como fuere, la reproduzco de una manera literal, aunque no completa. Como es obvio, los fragmentos de la conversación que no aparecen aquí, no son relevantes, por no añadir nada, al fenómeno que quiero explicar.

- Yo en ningún momento era consciente de que yo fuese una mujer maltratada. Yo sabía que me pegaban, pero esa noción que yo tengo ahora de la perspectiva de lo que yo era la cogí ya cuando estaba fuera, cuando estaba dentro no lo vi.
- ¿Y cómo crees que era posible que no te dieses cuenta?
- Es una cosa que ni yo misma me lo explico. Quiero creer que tenía 15 años, que yo no sabía nada de hombres porque en mi casa mi madre nos educó, mi padre estaba en Alemania, mi madre nos educó sola y toda la ilusión de mi padre era que a las crías no les pase nada, que no se queden preñadas, porque somos dos hermanas y un hermano. Entonces ella nos crió como buenamente pudo y supo, la mujer y claro, yo no sabía nada, nada de hombres. En ningún aspecto.
En mi casa yo no he visto nunca, nunca, a mis padres discutir, habrán tenido sus discusiones pero yo no he visto discutir, yo no he visto peleas, yo no he visto malas caras, eso yo no lo he visto. Y claro yo me casé con él…
- Ni en tu casa ni en casa de otros familiares.
- No, en casa de mi familia, de mis tíos, mis abuelos, nunca. Eso es una cosa que en mí no… Vamos es que ni se me pasaba por la cabeza que eso pudiese pasar.
La primera vez que lo vi, fue en casa de mis suegros.
Yo soy una persona que no me gustan que me digan lo que debo hacer y un día, en un arrebato, que veníamos de una excursión, él era mi novio, íbamos una cuadrilla y mi madre me dio una ensalada de palos porque me vio de la mano con él y lo poco que me llamó era puta y del cabreo que me dio le dije, pues en el momento que venga me voy con él, que era lo queque era lo que se estilaba antes y me fui con él.
Llegó la noche y con las mismas me monté en su coche y me marché.
No teníamos intención de casarnos pero se empeñaron, por las apariencias. Total, nos casaron. A mí me casaron. Yo tenía 15 años.
- ¿Él cuántos tenía?
- El tenía 21.
El era mayor. Además el sabía mucho más de la vida porque sus padres tenían un bar y el dinero se lo quedaba él, el tenía su coche… Es decir disponía de dinero y de movilidad y era un tío con mucha labia que por eso me decía mi padre que el a mí me había engatusado, que yo era muy tonta porque yo era una persona muy tímida, muy insegura.
Luego de toda esta historia un psicólogo me cambió.
La primera vez que el me dio a mi fue al venir del viaje de novios. En casa de su madre, porque fueron unas amigas mías de Molina, entonces yo trabajaba en Molina, fueron a verme y me comentaron: ¿vamos a darnos una vuelta por el balneario de Archena? Y les dije: pues vale. Y subí a decirle, porque él estaba en la parte de arriba de la casa de su madre y ahí no sé cómo, porque nunca sé cómo han pasado las peleas, se lió. Se lió, porque no le había pedido permiso, porque había dicho que sí sin haber contado antes con él. Total que me dio una ensalada de hostias y bajé a decirle a mis amigas, que me vieron como bajé.
Y esa fue la primera.
Pero claro yo no asimilaba, pues bueno, pues eso ahí está.
Luego al poco tiempo estábamos comiendo en casa de mi suegra.
- ¿Pero no hablaste con él absolutamente nada?
- Con él no se podía hablar.
- ¿Ni te pidió perdon…?
- Nada. Él lo único que me ha dicho es que nunca me ha dado una hostia consciente porque el se ponía como los locos. Mi suegra (decía que él) tenía un defecto, que yo tenía que llevarlo al psiquiatra. Fue, pero no se quiso tomar el tratamiento.
Tienen un defecto que no se les puede llevar la contraria. Eso lo tenía mi suegra, su abuelo, el padre de la madre, y él como no se le podía llevar la contraria porque se ponía como los locos con los ojos inyectados en sangre, yo lo llevé al mismo psiquiatra que había visto a su madre y a su abuelo y me dijo que estaba enfermo, no se que defecto tiene y con un tratamiento... Pero él dijo que no estaba loco y no se tomó el tratamiento.
Me dijo no le lleves la contraria. Era maniático. Si le daba por decir que no tenía que ir a ver a mi madre que mi madre me inculcaba cosas en contra de él y toda la historia pues yo tenía que ver a mi madre a escondidas. Él estaba trabajando cogía mi coche y me iba a ver a mi madre.
- ¿Se lo contaste a tu madre?
- No, mis padres se enteraron… Yo me casé en febrero y nos fuimos a Lérida que él era mecánico y estaba haciendo unas máquinas allí, y un tío mío que era camionero y cuando pasaba, pasaba a verme y una vez que pasó, estábamos en una pensión; la de la pensión le dijo, cuando preguntó por mi: ¿Esta cría es que no tiene familia? Si claro, tiene padres, yo que soy su tío, un hermano. ¿Pues cómo la dejáis con ese hombre que la va a matar? Entonces, claro, mi tío preguntó ¿qué es lo que está pasando? Yo se lo dije, se vino a Murcia, se lo dijo a mi padre y entonces fue mi padre a traerme. El no puso pegas, cogimos y me trajeron para Murcia.
- ¿Cuánto tiempo había pasado?
- Había pasado Desde febrero, 4 ó 5 meses.
Al tiempo vino él, le estuvo llorando a mi padre, que me pegaba, y estaba ya embarazada, que me pegaba porque yo no comía. Porque yo vomitaba, estaba en los primeros meses del embarazo, y porque él lo había visto en su casa. Entonces le dijo mi padre: si no te interesa mi hija coge y tráemela pero tú no le pegues, tú no eres quien para pegarle. Total que por aquello de que me comió el “torrao”, me fui otra vez con él para Lérida.
- ¿Sin condiciones? ¿No le pusiste ninguna condición?
- No. Hablar el tema con él no se hablaba, porque si sacabas el tema se liaba otra vez. Tenía que hacer como que no pasaba nada. Porque aquello era remover otra vez y otra pasada de palos.
- ¿Y no se te pasó por la cabeza no volver con él?
- En esos momentos no.
Me prometió llorando que no lo iba a hacer más, que lo perdonara, que no era consciente… Me volví con él y desde ponerme sogas en el cuello para intentar ahogarme.
En una de esas peleas me vine. Intentó reventarme al crío. Él dice que no lo hizo porque alguien le cogió de la mano.
Le dije que me llevara a Barcelona, porque yo tenía una tía allí. A mitad de camino paró, me dijo que me bajara del coche e intentó pillarme (atropellarme). Me tiré a una zanja. Paró, cogió un bote de gasolina y dijo que se iba a quemar.
Entonces empezamos a hablar. Yo entonces creí que sí, pero ahora sé que eso no era hablar.
Me llevó a Barcelona. A los pocos días vino a por mí. Que ya no lo iba a hacer más, que me quería… Me fui con él.
Como mis padres estaban preocupados les mandé una carta diciéndoles que todo iba bien y, antes de que llegase la carta a Molina, yo llegué en el autobús. (No explica las razones pero lo dejó porque continuaban las palizas).
Cuando el vino a hacer la mili aquí, volvimos a estar juntos (Tampoco da explicaciones, aunque me imagino que le diría lo de siempre: que la quería, que no lo iba a hacer más, etc.).
Pero ya, aquí, siguieron las peleas.
- ¿Tú pensabas que aquí iba a cambiar?
- Yo siempre pensaba que iba a cambiar. Que eran arrebatos y que era un enfermo.
Hay quien me ha dicho que yo aguanté por mis hijos. Mentira. Por mis hijos yo tendría que haberme separado antes. De hecho a los críos nunca los ha tocado. Pero lo presenciaban todo.
- ¿Tenía conductas violentas con otras personas?
- No. De hecho, cuando yo me separé el trabajaba en una empresa, y me decían: ¡Madre mía, cualquiera lo diría!
Pero el trato con el resto de la gente era amable, y si podía hacía cualquier favor. De hecho, cuando yo me he separado, he necesitado favores, se los he pedido y me los ha hecho.
Como amigo, muy buena persona, pero en la casa, ya te digo.
- ¿Nunca lo denunciaste?
- Dos o tres veces fui a denunciarlo, todo eso después de hacer la mili. Se venía detrás de mí…. (y no lo denunciaba).
Vivíamos en Archena. Casi siempre estábamos en casa de mi suegra, pero ella nunca me dijo nada (…)
Yo no trabajaba. No tenía problemas en darme el dinero que me hiciese falta.
Con sus hijos, nunca ha ejercido de padre: nunca lo han visto en un médico; ni en el colegio… Pero siempre que querían algo, él les daba el dinero.
Luego empezó a ir con queridas.
- ¿Les pegaba a ellas también?
- Yo no tengo constancia de que les pegara. Yo, a la última, que es con la que vive sólo la conozco por teléfono. Pero mi hermano que sí lo visita, dice que ella: “Sí bwana, sí bwana”. Le da la razón en todo (…).
Es un tío al que no se le puede llevar la contraria.
Porque yo siempre he pensado… Que yo era muy cría, porque si eso me pasa ahora, bueno, no me pasaría. Así, directamente, no me pasa. Pero yo que no sabía nada del tema; que nadie me había explicado nada del tema; que no se oía tanto en la tele…
Aparte, tenía a la familia: “Tú aguanta, tú aguanta. Todas las mujeres tenemos una cruz que llevar”.
Mi madre siempre me decía: “Por tus hijos, tú aguanta por tus hijos”.
Yo no aguantaba por mis hijos. Yo aguantaba por la esperanza de que cambiara, porque yo, en el fondo, lo quería.
Yo era una cría… Fue el primero y yo creía que me quería, pero luego me di cuenta de que, en el fondo, no era lo que yo creía que era.
Pero yo siempre tenía la esperanza de que cambiara… Desde la puerta del juzgado 2 ó 3 veces: “Por favor, no…”. Y he vuelto.
Vamos a intentarlo otra vez… Pero en cuanto le decía que no.
A los trece años, llegó un momento en que ya había acabado…
- ¿Qué cambió?
- Él no había cambiado, pero yo tenía sospechas, porque había noches que él no venía a dormir.
Y mi suegro habló con el dueño del piso en el que vivíamos y le dijo: “Tu hijo tiene querida”. Y me lo dijeron.
Entonces nos fuimos a la casa de la querida…
El me lo decía cuando no dormía en casa: “Estoy intentando romperle el virgo a una”. Pero como me lo decía así, yo no lo creía. Pero cuando me enteré…
Yo cogí el truquillo de decirle a todo que sí, y sin problemas.
La última vez que me pegó fue porque yo le pegué con un cenicero de hierro (…) y le hice una brecha así… (Lo señala). Y a partir de ahí nunca me tocó más. Me amenazaba, pero no me toco más.
- Cuando le pegaste ¿sabías lo de su amante?
- Poco a poco se me tuvo que caer la venda que tenía.
Cuando yo me enteré de que tenía una amante, ya no tenía ningún sentido. Él estaba con otra.
Él me propuso rehacer nuestra vida (seguir juntos, sin pegarle y con su amante), el por un lado y yo por otro, pero yo le dije que, aunque sabía que no me iba a faltar de nada, yo no servía para estar de querida o mantenida.
Yo estoy con mi marido porque lo quiero. Pero para que tú estés por ahí… Porque iba a todas las concentraciones de motos y me traía las fotos en las que aparecía él y su acompañante… Que no era yo.
Entonces llegó un momento, en el que se me cayó la venda y le dije: “Hasta aquí hemos llegado. Por las buenas o por las malas (llevábamos 13 años)… Y nos separamos por las buenas… Después, cuando lo he necesitado, siempre me ha ayudado.
- Imagino que a lo largo de los trece años, habría momentos en los que te dijeses: “se acabó. Ya no aguanto más…”.
- Sí, cuando iba al juzgado (dos o tres veces en 13 años), pero después volvía otra vez. No se me caía la venda. Yo pensaba siempre que podía funcionar; que él podía cambiar. Porque yo, en el fondo, quería que la cosa funcionase bien. Quería seguir con él, porque quitando los palos, que ya era una cosa gorda, en lo demás no era mala persona. Quitando el arrebato… Y si tú le decías: “Sí, sí, sí…”, era una balsa de agua. Lo que tú quisieras, lo que hiciese falta. Yo tenía la ilusión de que se solucionase… De que se diera cuenta de que con sus palos no se solucionaban los problemas (Otro de los síntomas del “síndrome del clan” que, además, también lo es del “síndrome de Eloísa”).
Pasaba la discusión, me daba la sesión de palos… Pero en el fondo, y con la perspectiva del tiempo y de estar fuera, lo único que me mantenía era la esperanza de que él cambiara y pudiésemos estar como una familia normal.
Lo que hizo que se me cayera la venda fue darme cuenta de que estaba con tías de verdad, que no eran fanfarronadas… Fue darme cuenta que llevaba muchos años con queridas.
Mis amistades lo sabían y no me dijeron nada (Se refiere al engaño, no a los malos tratos).
- ¿Sabían tus amigos que te maltrataba?
- Sí, me lo veían con los golpes.
- ¿Nunca te dijeron nada?
- No hablábamos del tema…
(La conversación continúa….)

Análisis de la conversación
Quisiera que nos centrásemos un poco en aquellas partes de la narración que he señalado en letra cursiva, con el objeto de poder delimitar los aspectos que necesitan una explicación que vaya más allá de lo psicológico y lo social, y se adentre en lo cultural, desde donde realizaremos a continuación un análisis estructural, tanto desde una perspectiva diacrónica como sincrónica.

1. La familia, los amigos, los que la rodean es decir, “los que importan”. ¿Conocían el maltrato? Sí, pero no intervinieron, no la ayudaron, ni aconsejaron. En torno a ella se crea como un vacío durante 13 años.
¿Dónde están su familia, sus amigos, sus vecinos…?
Si nos imaginamos el mundo en el que vive podemos darnos cuenta que durante ese periodo no tuvo a nadie a su lado, y con ese nadie no me refiero a alguien que le diese consuelo, sino a alguien que denunciase, que tirase del velo, que la obligase a darse cuenta… Quizás ni hubiera evitado el maltrato, pero seguro que hubiese impedido que se prolongase durante tanto tiempo.
- El hermano todavía sigue visitando al maltratador.
- El padre de él, sólo interviene para decirle que su hijo tiene una amante.
- El tío, pregunta y se lo dice a su padre, que va a buscarla.
- El padre de ella: que si no la quieres, me la devuelves (síntoma del síndrome del clan).
- La madre: tú aguanta, por tus hijos, por tu deber como madre y esposa (síntoma del síndrome del clan).
- La dueña de la pensión... ¿Denunció? ¿Y el portero? Sólo la amante.
- Y los amigos, conocidos, etc., brillan por su ausencia.
- Para todos, quizás, es la cruz que toda mujer debe soportar (síntoma del síndrome del clan).
Todo está rodeado de un silencio absoluto sobre la cuestión. Al fin y al cabo, es un asunto privado, de la familia, en el que nadie debe inmiscuirse, aunque se trate de intentos de homicidio. (Síntoma del síndrome del clan).

2. La víctima, sus expectativas, sus valores, sus deseos…
¿Podemos decir que la víctima se encuentra en una situación de soledad absoluta? Y sólo puede contar consigo misma, pero dentro de sí ¿qué encuentra, qué es lo verdaderamente importante, qué es lo que hay que salvar por encima de todo?
- Trece años de maltrato.
- En ningún momento lo llama maltrato.
- Sólo habla de los “palos”, palizas, etc. No hace referencia al maltrato emocional. Ninguna referencia al hecho de que no la dejase trabajar fuera de la casa (maltrato económico); que no la dejase salir con sus amigas ni visitar a su madre (aislamiento); o, simplemente, que no la dejase leer. (Síntoma del síndrome del clan).
- Es una cuestión de habilidades femeninas: cogí el truquillo. (Síntoma del síndrome del clan).
- Es una cuestión de enfermedad, porque él, al margen del maltrato, es una buena persona. (Síntoma del síndrome del clan).
- Los problemas no se solucionan con palos, sino hablando.
- Y todo, porque tenía la esperanza de que él cambiase, de ser una familia normal. (Síntoma del síndrome del clan).
- Se cae el velo, acaba todo, se separa cuando descubre que tiene una, o varias, amantes. Entonces, ya no hay solución, no hay esperanza,…, ya no hay familia.

Algunas conclusiones
Después de todo esto, estamos en disposición de describir esa “enfermedad cultural” que incide sobre las emociones, y que llamo síndrome del clan, cuyos síntomas más relevantes son:

1. La consideración de que la mujer es, en última instancia, la responsable y valedora de la esfera doméstica y, por eso, el deber de la madre y esposa, que no del padre y esposo, va más allá de los individuos.
De este modo, podemos comprender que la familia se configura como el espacio del DEBER de una mujer, lo que tiene que poner a salvo a toda costa sin renuncia posible.
2. La creencia de que lo masculino y lo femenino se complementan tanto desde la dimensión natural como social: hombre+mujer; esposo+esposa; madre+padre…
3. El convencimiento de que la complementariedad de lo masculino y lo femenino es la finalidad que debe definir el sistema de relaciones sociales. Sistema que se concreta en la familia como unidad nuclear y que es un reflejo de la naturaleza.
4. Dado que la esfera doméstica nuclear es un ámbito privado, quizás el único espacio privado en el que nadie ajeno a él debe inmiscuirse, la violencia doméstica es, tan sólo, un problema que se tiene (que tenemos…, en palabras de la mujer), una cruz que toda mujer, llegado el momento, debe soportar, y que se debe solucionar con diálogo, con cariño, con comprensión y esperanza.
5. La convicción de que todo agresor doméstico es un enfermo mental y/o social. Este último sentido hace referencia a la educación recibida por los hombres en una sociedad machista.
6. La conducta machista de los hombres, aunque no es deseable, sí esperable, por naturaleza y por cultura. Por eso se debe aceptar cierto dominio patriarcal sobre la mujer, dominio que puede ser atenuado como mínimo con armas de mujer…
7. Si unimos 4, 5 y 6, quizás dispongamos de una serie de descripciones que se pueda aplicar a aquellas mujeres que son o han sido víctimas de maltrato, pero en el caso de la mayoría de las mujeres no es una situación real. Yo nunca consentiría, nunca me dejaría, jamás permitiría… afirma rotundamente el 95,45%, de donde se puede deducir que la violencia doméstica, aunque es cognitivamente un problema social, es emocionalmente un problema individual, cuya última responsable es la mujer.

¿Cuántos síntomas de los descritos somos capaces de encontrar en nosotros?
En última instancia podemos aceptar que este conjunto de síntomas pueden ser concluidos o descritos para comprender el porqué una mujer puede sufrir maltrato durante 13 años, o toda su vida. Inclusive, podemos admitir que indagar las causas de la violencia doméstica es bastante más complejo de lo que parece a primera vista, pues no pueden reducirse éstas, simplemente, a la historia particular de agresores y agredida. Pero ¿podemos concluir que el síndrome del clan es padecido por todas las mujeres?
Llegados a este punto quisiera recordarles que no pretendo construir una teoría universal y necesariamente verdadera (lo cual es imposible cuando se trata de fenómenos humanos), sino un modelo explicativo válido que permita comprender el maltrato en función de las estructuras que determinan las relaciones de la mujer en el mundo.
Y en este modelo, la violencia doméstica nos aparece como un complejísimo sistema de relaciones que implica todo un modo-de-sentir y pensar el mundo. Y lo que es más importante, el modo en que las personas nos sentimos y nos pensamos en el mundo. Y estos modos son siempre en relación con: la maternidad, la pareja, la familia, los deseos, las costumbres, los usos, los prejuicios, la sociedad, la cultura, la naturaleza…
Demasiados contextos para que sea simple. Muchos condicionantes que transforman el maltrato en una trampa en la que las víctimas viven como posibilidad y, en millones de casos, como certeza.
El velo puede tardar años en caer, y en muchos casos (cuando el maltrato es fundamentalmente emocional) quizás no caiga nunca. Por eso creo que merece la pena por si acaso admitir que quizás esos síntomas sí están en nosotros, y este reconocimiento puede ser uno de los pasos más importantes para la lucha contra la violencia doméstica.

domingo, 4 de febrero de 2007

La peligrosa ficción de la igualdad

¿Pueden ser autónomas las mujeres en un sistema cultural complementario? Es posible que en un sistema cultural de cazadores-recolectores, podamos encontramos con un contexto de interacción en el que la mujer y el hombre tienen el mismo valor desde su autonomía; y lo mismo acontece, pues, con la madre y el padre, la recolectora y el cazador. Un sistema, en definitiva, en el que no hay preferencia ni por el chamán ni por las “venus” (Con el término venus hago referencia a la figura de la mujer que simboliza la vida y que aparecieron en el auriñaciense, hace unos 30.000 años. Son las primeras representaciones creadas por el ser humano, muy anteriores al chamán (cazador) de las pinturas rupestres, más propias del solutrense-magdaleniense (20.000-15.000 años)).
Para esta clasificación véase, por ejemplo, Facchini, F., L`Home: ses origines, p. 147, Flammarion, Milán, 1990.
Ahora bien, durante el Solutrense y el Magdaleniense se rompe el equilibrio que se produce entre el ethos femenino y el ethos masculino.
Entre el hombre y la mujer se produce una simetricidad representacional y afectiva, que da lugar a unas pautas conductuales complementarias, de sometimiento de la mujer al hombre, de la madre y esposa al guerrero-cazador.
En efecto, la mujer es madre y, en el seno de la intersubjetividad ya no es un factor de equilibrio y cohesión, sus logros sociales se identifican con los logros de sus hijos, el cuál sólo se identifica con su padre y con el clan de su madre (Hay matrilinealidad: preeminencia de los varones ligados a la descendencia de la madre, pero no matriarcado: gobierno de mujeres).
Por otro lado, la mujer es esposa, y desde aquí, sólo puede atribuirse una parte del estatus de su marido, sin que él tome nada de ella.
Desde esta perspectiva, el control que la madre puede ejercer sobre los hijos debe ser, a su vez, controlado, dirigido, pues puede alterar el sistema social.
Este control se realiza mediante la configuración de un sistema arquetípico que:
1. Establece una primacía y una separación de lo masculino sobre lo femenino; de tal modo que mujeres y hombres son separados desde la infancia.
2. Establece un espacio ritual en el que los niños acceden al mundo adulto (social) en el seno de un clan.
3. Establece un contexto de referencia en el que lo femenino es reinterpretado desde lo masculino.
El resultado final es un sistema que se desarrolla desde la complementariedad como contexto, alejando a la mujer de toda esfera de poder, y controlando su influencia sobre la educación de los hijos.
Desde aquí, y en referencia al tema de la autonomía del ethos femenino con respecto al masculino, el control de la mujer se hace, incluso, más necesario, puesto que es el elemento fundamental para la transmisión de todo el sistema de representaciones y valores que van a configurar la personalidad de los individuos. La autonomía se hace, pues, imposible.
Por eso, es un error considerar que la mujer adquiere, en sí misma, consideración social como individuo y, por tanto pueda ser autónoma, y aunque se pueda considerar que toda la mitología de la mayor parte del neolítico (Ver Gimbutas, M., “La religión de la diosa en la Europa mediterránea”, en Ries, J., Tratado de antropología de lo sagrado. Las civilizaciones del Mediterráneo y lo sagrado, pp. 41-61, Trotta, Madrid, 1997), hace referencia a una feminidad en la que la mujer representa, unívoca y exclusivamente, la fuerza creadora de la Naturaleza, esta representación se hace a través de la figura de la madre, que se transformará posteriormente en “virgen”, esto es, en madre de un dios.
En este sentido, hay que destacar que a lo largo de todo el periodo paleolítico el chamán se va transformando progresivamente en sacerdote, figura que va a adquirir consolidación a lo largo del neolítico, por lo que no necesita representación alguna. Por ello no es de extrañar que no abunden las representaciones masculinas en las esculturas del Neolítico europeo. En Achillion, por ejemplo, sólo dos de las doscientas imágenes representan deidades masculinas” (Gimbautas, p.56).
En este nuevo sistema de relación, el de la mujer como madre y el del hombre como sacerdote, que sustituye al de la venus y el chamán, la mujer va a jugar un papel mucho más importante, por cuanto de ella dependerá el control, de modo inmediato, de todo el proceso de aprendizaje social de los individuos, sobre todo en lo que respecta a su dimensión emocional. El hombre en tanto que sacerdote, por su parte, adquirirá un papel de control sobre la mujer, constituyéndose así como un mecanismo de control intersubjetivo creado por el sistema, con el fin de mantener, a distancia, el equilibrio de la propia comunidad, de tal modo que la familia, reorganizada a través de la las figuras de la “madre” y el “sacerdote” se conforma sobre la base de la complementariedad, desarrollándose, a partir de ahora, cognitivamente a partir de la figura del “padre”.
No se nos puede olvidar que la subjetividad debe ser controlada, pero esta ya no tiene un contacto cognitivo y afectivo inmediato con la intersubjetividad. Es decir, los individuos ya no tienen un contacto directo e inmediato ni con un grupo ni con un clan, que los vincule con el sistema social. El momento crucial es éste, el momento en el que, desde una perspectiva social, las dimensiones, emocional y cognitiva, del individuo adquieren funciones distintas, interiorizándose aquélla (inconsciente), y universalizándose ésta (conciencia), lo cual implica, de modo inmediato, no sólo un desajuste en el propio individuo, sino un desequilibrio entre su dimensión subjetiva y su dimensión intersubjetiva. En este momento, la familia debe asumir todas las funciones que antes compartían con el grupo y/o con el clan, con el fin de reducir, insisto una vez más, emocionalmente, la distancia efectiva entre la intersubjetividad, que es Estado, y la subjetividad.
Es, precisamente, esta distancia efectiva entre el individuo y el Estado, lo que hace necesario que se consolide una estructura mitológica rígida que:
1. Conforme la personalidad de los individuos desde su nacimiento, de una manera unívoca y unidireccional. Esto es, que todos los individuos se constituyan cognitiva y emocionalmente (sobre todo) en la interioridad de un linaje único, más allá del grupo local o del clan.
2. Determine, unívoca y unidireccionalmente, los patrones conductuales y las conductas de los individuos, de tal modo que se adecuen a un sistema más amplio que trasciende el grupo local o el clan.
3. Mantenga, continuamente, mecanismos de control complementarios, en el que lo emocional y lo cognitivo se equilibren, con el mínimo gasto posible para el sistema como una totalidad.

Pues bien, como quiera que la familia se hace necesaria en este sistema por su función educadora; esto es, como unidad mínima de transmisión de conocimientos, valores y conductas asociadas a la conformación de la personalidad de los individuos y de sus patrones conductuales; y como quiera que la madre se convierte en el primer sujeto de transmisión, la nueva estructura comunitaria debe establecer un contexto restringido de acción para ella, que será caracterizado, como ya hemos dicho, por un espacio complementario en el que el hombre/padre/sacerdote (dominio) ejercerá un control intersubjetivo sobre la mujer/madre/virgen (sumisión).
Para ello, los arquetipos deben cambiar de contenidos, deben modificar sus significados, por lo que nos encontramos con que en las mitologías estatales la mujer aparece como potencialmente peligrosa; como aquello que produce el dolor y la muerte y, por eso, debe ser controlada por el hombre. Por el individuo concreto que establece lazos matrimoniales, que siempre son intersubjetivos, con ella (De todo lo expuesto se pueden poner muchos ejemplos: el mito de Adán y Eva, el mito de Pandora, el mito de Isis, los rituales de enterramiento de los Incas, en los que a las únicas mujeres que enterraban con honores, como a los grandes guerreros, eran a aquellas que habían muerto durante el parto,...)
Nos encontramos con que la mujer, reducida a su papel de madre y esposa, se constituye como complemento social (dominio/sumisión) del hombre, desde su origen y, por ello, el único tipo de interacción posible es el de complementariedad, en todos los ámbitos. De esta manera, el surgimiento del Estado provoca que se incida y refuerce el sistema de interacción complementario que había aparecido con el sistema de clanes, consiguiendo que la mujer, sustituta del grupo y del clan, transmita emocionalmente a su descendencia, un sistema de valores que imposibilite que la acción de los individuos pueda poner en peligro la supervivencia del Estado. Estamos hablando de sistemas hipercomplejos que necesitan multitud de mecanismos de control de conductas, y éstos, para que sean efectivos, tienen que ser muy próximos a los individuos. No se nos puede olvidar que, aun cuando nos sepamos, cognitivamente, miembros de un Estado, no nos sentimos ligados, emocionalmente, a la inmensa mayoría de los individuos e instituciones que lo componen.
Y esta última precisión es muy importante ya que nos sitúa de lleno ante la consideración racional de que la autonomía de la mujer es posible, y no nos damos cuenta que esa posibilidad es teórica, es decir, sólo es pensable, ya que para que fuerza real tendríamos que modificar las estructuras culturales que conforman el entramado de las relaciones complementarias.
En efecto, si pusiésemos en una lista todos los nombres de aquellas personas que nos importan, tanto emocional como cognitivamente, podríamos establecer una analogía entre las sociedades actuales y los comunidades de cazadores-recolectores del paleolítico (grupos locales, grupos reproductivos y grupos regionales). Si lo hiciésemos, nos daríamos cuenta de que cada unos de nosotros desarrolla su existencia cotidiana, en grupos que coincidirían esencialmente con los grupos locales y reproductivos. ¿Y el resto de los millones de individuos que forman parte de una sociedad? Para ellos está la ley, la razón, las instituciones, etc.
Así es más fácil entender las razones por las que las mujeres no vinculan emocionalmente ninguno de los fenómenos domésticos a su situación concreta. Llegando a distinguir entre las mujeres en general y cada una de ellas en particular; entre los hombres en general y su pareja; entre la familia y su familia… En este sentido la violencia doméstica, pongamos por ejemplo, es un problema social que tienen los demás.
Hemos visto que, conforme el grupo aumenta, la distancia cognitiva y emocional entre los individuos y el grupo se hace, como es lógico, cada vez mayor. Esto hace que la comunidad no sea efectiva como totalidad, para ejercer un control efectivo sobre el dinamismo de los propios individuos (sistemas abiertos y cerrados, conservadores pero creadores, estáticos pero dinámicos...), lo cual implica un peligro real, por cuanto el dinamismo creador del ser humano sin ningún tipo de control, y recuérdese que es una cuestión de control de posibilidades, puede poner en peligro, y de hecho lo pone, el equilibrio del propio sistema social, sometiendo a éste a un continuo proceso de desequilibrio y de desorden: conflictos internos y/o externos, redistribuciones de poder, desorganización institucional, heterodoxia, etc. que pueden poner en peligro la viabilidad de la comunidad.
En este momento, la intersubjetividad crea mecanismos para controlar cognitivamente a los individuos, “dejando en manos” de la familia el control emocional de los mismos. Pero hay que tener en cuenta que en la familia, es la mujer, la responsable última de la esfera doméstica, la que permanece en un contacto emocional continuo con los hijos, con lo que ella, como es normal, debe ser controlada a su vez, control que como hemos visto y seguimos viendo es ejercido por el varón, a través de unos complejos narrativos que crean un espacio efectivo de complementariedad.
¿Qué ocurre en la actualidad?
Se podría objetar que con el paso del tiempo la situación ha cambiado; que la distancia se ha vuelto a reducir, porque la ciencia, la técnica, la política, etc., han creado un espacio más limitado de interacción de los individuos, es decir, han acortado la distancia entre los individuos y el grupo a través de la tecnología, los medios informativos, los sistemas educativos, etc. Por ello, en la actualidad, hombres y mujeres están reorganizando todo sus sistema de interacciones, favorecidos, además, pero dicha reorganización, que cognitivamente está clara, se torna emocionalmente oscura, sobre todo porque se está produciendo un desajuste entre dicha por la concienciación sobre la igualdad de la mujer con respecto al hombre.
Siendo optimistas podríamos, inclusive, admitir que se están produciendo modificaciones en las relaciones entre hombres y mujeres, sobre todo en las dimensiones éticas y políticas, pero no es suficiente. Porque para que se puedan producir modificaciones profundas, debemos cambiar los modos que tienen los individuos de pensarse y sentirse emocionalmente, en el interior de las relaciones domésticas. Sólo de este modo podremos modificar los caracteres intersubjetivos y producir una reorganización y redefinición de las funciones que la familia debe cumplir en el seno de la comunidad.
Si tenemos en cuenta los datos obtenidos en mi investigación, podemos darnos cuenta:
1. Que las mujeres sujeto de esta investigación, consideran que la violencia doméstica es un problema que se soluciona fundamentalmente con educación, aunque inciden en la necesidad de leyes que persigan el maltrato.
2 Que la violencia doméstica es un problema que se interpreta desde dos dimensiones distintas:
a) Intersubjetiva, desde la que interpretan que la familia (no su familia) es el lugar donde se aprenden las conductas machistas y violentas. Con lo que la familia es pensada como el lugar originario para la solución a los problemas de la violencia doméstica.
b) Subjetiva, desde la que interpretan que la violencia doméstica es un fenómeno provocado por problemas psicológicos, tanto de ellas como de ellos.
3. Incluiría, aquí, una tercera conclusión: que los ciudadanos tienen más sentido común que los políticos, porque al menos ellas son capaces de vislumbrar el lugar dónde se origina la violencia doméstica: la familia complementaria.

Si tomamos todos estos datos, hay algo que las mujeres intuyen cognitivamente, pero niegan emocionalmente: que son sujetos transmisores de las causas que posibilitan la violencia doméstica, pero eso les ocurre a las demás, porque en su familia, tanto ella como su pareja, se complementan perfectamente.
Y esta interpretación encaja con los siguientes datos:
- Sólo el 30,4% de las mujeres con las que he trabajado reconocen haber presenciado algún episodio de violencia doméstica. En concreto sólo señalan, un caso. Pero, siguiendo con la sorpresa, no llega al 29% el porcentaje que hace referencia al maltrato psicológico.
- Todos los casos se dan fuera de su familia, porque en su entorno familiar, el 60% no había padecido ninguna conducta machista, y el resto, cuando afirman que sí han padecido conductas machistas por parte de sus parejas , asocian las conductas machistas, exclusivamente, a las labores del hogar. Como mucho, llegan a incluir alguna discusión con su pareja sobre quién conduce mejor si los hombres o las mujeres.

¿Cómo compaginar el 65% que considera que la familia es el contexto donde se origina la violencia doméstica, a través de la educación machista que reciben las personas; con el 60% (más el resto que sólo lo perciben en la colaboración en las tareas del hogar) que afirma que en sus familias ese tipo de conductas no se producen, o el 70% que no han presenciado, jamás, ningún episodio de maltrato?
Todo es interpretado desde valores masculinos, y desde ellos ni el maltrato psicológico es percibido, ni son machistas (bueno, sí lo son, pero sólo cuando preguntan, y aunque no son deseables sí son esperables), aquellas conductas cotidianas que responden a la identidad propia de cada sexo en el interior de las relaciones domésticas.
En definitiva, la autonomía es imposible y, por tanto, nos cobijamos bajo la sombra ficticia de la igualdad.